No tengo problemas con la
pretenciosidad, no me da miedo que un director salte al vacío
intentando alcanzar un objetivo demasiado lejano. Ni siquiera me
preocupa la pedantería, bien entendida, claro. El problema con
Terrence Malick es que o bien me aburre con su lírica
impostada (La delgada línea roja) o me resulta un hortera
facilón en la pésima El nuevo mundo. Y sin embargo, le voy a
dar una nueva oportunidad.
Quizá sea porque ha conseguido la
palma de oro en Cannes, quizá porque la participación de un tipo
sensato como es Brad Pitt me da cierta seguridad (actor y
productor). Puede que sea simplemente porque me tocará ver esta
película en el Festival de San Sebastián y tengo que convencerme a
mí mismo. Sea como fuere, la osada ambición del director con este
proyecto, en el que parece estar más desatado que nunca, puede
hacer que se deje de tonterías y de poses para poner toda la carne
en el asador en un producto para odiar o amar, que pretende abarcarlo
todo. De echarlas, echarlas gordas.
Como Pitt nunca ha sido muy bueno en
eso de llorar - quizá Iñarritu consiguió lo mejor - quién mejor
para transmitir dolor en un drama que Sean Penn. Confío en
que no caiga en la caricatura, o que, si lo hace, lo haga hasta el
fondo. Volviendo a Pitt, creo que tendremos una interpretación
extraña y entregada, aunque quizá algo por encima de sus
posibilidades.
Yo le doy una nueva oportunidad; los
admiradores del director sin duda también lo harán; pero animo
también a los demás, pues creo que esta puede ser una buena
oportunidad de acercarse a un director con una leyenda que supera su
realidad con creces.