No negaré que me encantan estos argumentos, estas viejas historias, el tufillo a serie B que destilaban todas estas películas en su época dorada. No negaré que me encanta la marcha invasora compuesta por Danny Elfman para Mars Attacks, con aquel legendario theremin, el rey de la orquesta en las películas de serie B. Y no negaré que he escuchado 100.000 veces la versión musical de Jeff Wayne de 'La guerra de los mundos', ese score impresionante, tan sinfónico como popular, que aún conservo en casette doble.
Ponernos ahora a recordar la bromita radiofónica de Orson Welles o la repercusión de la primera y exitosa adaptación cinematográfica sería una gilipollez y una pérdida de tiempo; quien más y quien menos se conoce la historia de memoria.
Lo que cuenta es que el barbudo que nos firma esta nueva versión tiene personalidad y talento para dar, vender y regalar -aunque en esto caso nos la vende, exclusivamente. Pero con gusto paso yo por taquilla si el bueno de Steven se acerca, al menos, a lo que promete.
Por supuesto que esto ya no va a tener ni una mínima relación con aquel sano y dulce tufillo a serie B de los 50. Pero mi única información sobre esta nueva 'Guerra de los mundos' es que los extraterrestres nos siguen dando candela, con la mano de Steven en la cámara y la de Williams en la partitura. Y se me hace la boca agua.
Spielberg es Spielberg, y lo mismo acaba trayendo otra de sus últimas pelis de entrenamiento, tres estrellas y ni una queja, porque técnicamente se merece cuatro, pero Steven es Steven, coño, y no podemos conformarnos con eso. Precisamente porque es Steven. Y precisamente por eso, de momento me fío, ansioso ya por ver ese rayo en la plaza Horsell...