En Birdman todo es falso.
Obviamente, lo es el plano secuencia, porque se nota en algunos cortes disimulados, y por las elipsis que encierra. Elípsis que son todo un ejercicio de perversión del lenguaje cinematográfico, utilizar la mejor herramienta para centrar la unidad de tiempo y lugar, e incluir saltos en el tiempo. Atrevido, quizá el mejor valor de la película, aunque por otro lado, subraye la falsedad del formato. El plano secuencia es una demostración apabullante de capacidades técnicas, con la cámara enfrentándose al espejo y recorriendo todo tipo pasillos estrechos y escaleras. Una demostración que se queda en puro onanismo de Iñárritu, que hace piruetas por mero exhibicionismo, sin que, en la mayor parte de los casos, aporte algo dramáticamente. Al contrario, en muchos momentos implica decisiones que no son las más acertadas y las limitaciones se hacen patentes en la estructura forzada del guión. Sucede, además, lo mismo que le suele ocurrir al cineasta habitualmente, que si eliminamos el artificio, no queda nada. Si la película no estuviera rodada en plano secuencia, su convencionalismo quedaría más al descubierto, como si 21 gramos estuviera contada en orden, que sería un drama mediocre. Son aparatosos envoltorios formales que no sirven a un fin, simplemente distraen del fondo. Por otra parte, no tiene demasiado valor estético, también en este caso, se ve en ocasiones perjudicada por su premisa. No ocurre como en el caso de Gravity, donde el plano secuencia era envolvente. No ocurre tampoco como en Anna Karenina, donde los trucos de la ruptura de espacio-tiempo eran estéticamente brillantes.
El metacine que vertebra el guión es también bastante falso, o si se quiere, cobarde. No hay nada más anticuado que usar un nombre falso para un personaje que, de manera más o menos evidente, se está interpretando a sí mismo. Después de los geniales experimentos de Charlie Kaufman (Cómo ser John Malkovich, Adaptation), o de la reciente Robin Wright en The Congress -entre muchos otros ejemplos- utilizar un personaje de semificción es altamente decepcionante. Sólo con que el personaje se llamara Michael Keaton y sus películas de éxito, Batman, tendríamos ya un producto mucho más honesto. ¿Tendría gracia Juerga hasta el fin si Jonah Hill no fuera Jonah Hill?
Aunque lo peor de la película está en su contenido real. La historia architrillada de un actor en horas bajas que quiere recuperar su fama. Nada en el desarrollo es mínimamente original. Parece escrita según todos los clichés de un género ya muy antiguo. Un descenso a los infiernos personales que se sostiene con momentos prefabricados como los clásicos discursos a gritos que pretenden poner al personaje en su lugar. Situaciones forzadas dignas de sketch televisivo barato, como el momento en que la bata se le queda atrapada de la puerta.
Los chistes son fáciles y forzados. Los personajes son artificiales hasta el extremo, tanto que sus pequeños dramas importan poco. La tragedia de cartón piedra en la que desemboca -previsiblemente- la historia es otra muestra de falta de imaginación. Esa misma falta de imaginación que se quiere esconder detrás de cada truco visual. El juego de un ilusionista siempre está en distraer al público con algo llamativo mientras ejecuta su trampa. Esto es la película, y más vale que nos mantengamos atentos a las bailarinas manos del mago, porque si descubrimos la trampa veremos que es realmente decpcionante.
Eso sí, un buen reparto, con un Michael Keaton en uno de los mejores papeles de su carrera, que es como no decir nada; y un Edward Norton, este sí, afinadísimo. Emma Stone no está en su mejor momento, ni su personaje torpe se lo permite. Y un Zack Galifianakis convincente.
Reconozco que me pasa un poco como al personaje de la crítica de teatro. No tenía esperanzas en la película ya antes de verla. Claro que, la imagen del prejuicio se diluye cuando pienso que ese mismo personaje, de crítico todopoderoso frustrado, es otro cliché con patas.