Al hablar de cine coreano se podría
pensar que siempre nos referimos a un cine propio de festivales y, en
parte, es así porque la distribución en nuestro país del cine
oriental no es demasiado fluida y muchas veces nuestra opción de
acceder a él en salas es a través de festivales.
Sin embargo, como en todo, hay niveles.
Es cierto que a directores como Park
Chan-Wook, Bong joon-ho los vemos habitualmente en los
festivales más importantes del mundo, pero también es cierto que su
cine es perfectamente asimilable por el público, pues juegan con el
ritmo y la acción. Dicho de otro modo, si fueran occidentales no
estarían tan recluidos en el circuito de festivales, y cada vez lo
están menos. Por contra, el director que ahora nos atañe, Im
Sang-Soo, más allá de la
categoría de cine minoriatario que ofrece su nacionalidad coreana,
es un cineasta que no tiene nada de comercial.
Su
cine, bien cargado de mensaje y sin ofrecer apenas concesiones al
espectador, parece ingresar por derecho propio en cualquier festival
que se precie, en este caso se ha situado en la sección oficial del
festival de Cannes de este año. Considero este criterio algo
perezoso; aunque es cierto que tiene su público.
En
concreto, su última película, The
old garden, que pudimos
ver en el festival de San Sebastián, resultó bastante
decepcionante. Es posible que esta nueva película sea más
interesante, aunque ya de entrada parte de una premisa demasiado
trillada. Cine gris de festival.