Ben Affleck es un
tipo listo. No tiene un talento especial para dirigir como tampoco lo tenía
para la interpretación, sin embargo, en su nueva faceta de director es capaz de
crear un producto como este que contenta a la crítica y se gana el favor del
público. Eso, sin talento, no es fácil. Es verdad que usa todos los caminos
fáciles, sin un ápice de innovación. Es cierto que no hay ningún plano
especialmente reseñable, ni tiene un fondo especialmente rico este guión. Pero
el caso es que funciona. Y sobre todo, es honesto: no quiere ser más de lo que
es.
¿Y qué es? Una jugosa historia basada en hechos reales que
con un poco de maquillaje de ficción luce muy resultona. Maquillaje, que no
engaño, no se hace un ronhoward y cambia completamente los hechos, simplemente
los adorna. Lo avisa desde la elegante introducción, que el mismo Affleck
explica para qué sirve: ofrecer los antecedentes históricos necesarios (lo
real) y mostrar una estética de comic que nos anuncia lo que será la película
(entretenimiento). Además de su función, hay que destacar esta introducción
como uno de los valores visuales más interesantes de la película -no olvidemos
la afición a los comics del director. Además, nos deja claro que esta no será
una propaganda pro-USA. No, se cuenta sin tapujos las perrerías que la CIA ha
hecho con Irán, colocando un Sha a su gusto. Quizá por esto, por este
prometedor punto de vista despatriotizado, me resulte más sangrante ese plano
hacia el final, en el momento de la reconciliación con la mujer -ya de por sí
innecesaria- y con la bandera hondeando en la puerta. ¿A qué ha venido esa
salida de tono, Ben? Lo estabas haciendo bien. En cualquier caso, la intro abre
boca, y la trepidante secuencia inicial de asedio a la embajada nos mete de
lleno en la acción.
Por otro lado, Affleck sabe que siempre viene bien un poco
de humor. La verdad es que la historia se lo pone en bandeja. Chistes internos
de Hollywood, producciones frikis, referencias variadas e incluso una pequeña
autoparodia: se le podría enseñar a dirigir hasta a un mono. John Goodman y Alan Arkin son decisiones intelegentes que funcionan de maravilla
en sus cómodos papeles. Aunque para cómodo, el rol protagonista que se reserva
para sí mismo. Vuelve a ser listo: es bien consciente de sus limitaciones como
actor, pero sabe que este chico bueno de la CIA sin apenas matices emocionales
le queda de miedo.
Sumamos a todo esto un buen thriller de espionaje al estilo
de los setenta, que parece ser que es la época que le chifla al dire. No
añadamos ni cambiemos nada, con el contraste de humor Hollywood será suficiente
para que la película tenga un aire nuevo. Sin despliegues ni modernidades, sabe
mantener la tensión hasta el último momento, jugando todos los ases en la manga
que, eso sí, todos sabíamos que estaban ahí. Pero miramos para otro lado,
porque el juego es más divertido, y porque siempre será un sinvivir cruzar la
seguridad de un aeropuerto en un país enemigo.
Argo toma su
nombre de la supuesta película que ruedan en la ficción, pero creo que sería
más adecuado (aunque menos elegante) que se llamase como la misión: Operación
Hollywood. Y es que eso es lo que ha conseguido Ben Affleck, volver a demostrar
que también se puede hacer un producto comercial al gusto de todos, sin
pretensiones de pasar a la historia. Quizá mañana no recordemos mucho de la
película, pero si dentro de veinte años la revisitamos, os aseguro que la
disfrutaremos igual.