Éste parece ser el año de las generaciones en el cine español. Ya vimos la visión de algunos (incluso políticos) sobre la generación más joven en Mentiras y gordas; y ahora parece que le toca el turno a esa generación que nació en una dictadura y se crió en una democracia tan joven como ellos.
La melancolía, el recuerdo, el porqué los amigos van y vienen, la facilidad del ser humano de pasar de la tristeza a la felicidad, el efecto del alcohol y las drogas que permite que amigos con los que tenías mis problemas desaparezcan en apenas unas horas...grandes verdades de la vida son sobre las que pivota esta película, la nueva de Alberto Rodríguez, un realizador que se dio a conocer junto con Santi Amodeo en esa gamberrada tan graciosa como imaginativa que era El factor Pilgrim; que no me conmovio con El traje y que se asentó en un cine más social y personal con 7 vírgenes.
No me parece mal el giro de esta película en unidad de tiempo, que necesitará de un guión muy bien engarzado y de unos actores en estado de gracia. Desde luego, Willy Toledo no me es garantía de nada, y menos para algo que no sea comedia; Tristán Ulloa es otra cosa, y su función de Atlas sostendrá en gran parte la película. Debuta Blanca Romero.
Si Alberto Rodríguez se empeña en cerrar la película, en aportar conclusiones, como creo que hará, echará a perder buena parte de sus virtudes. Creo que el cine español tiene que aprender del cine francés a no terminar películas, a dejarlas en suspenso, a cabrear al espectador. Claro que si cabreas a quien te da de comer, pues pasa lo que pasa.
La película, con más de dos millones de euros, es una de las apuestas del cine español para lo que queda de año, se verá en la sección oficial de Roma.