Si ese personaje tan codicioso como loco de McArthy es lo que el público espera ver en pantalla para tratar la tensión dentro del mundo de la cultura y el periodismo en aquellos tiempos castigados, mucho me temo que se equivocará, porque nuestro amigo George, temerario pero listo, habrá hecho una película más cercana al mundo de la televisión que al de la propia batalla de un régimen que persegía lo impersegible.
Así, cayendo en una ceremonia de consignas que solo los estadounidenses de la época puedan descifrar con conocimiento de causa acerca de personajes conocidos de la época en las pantallas, a pesar de ser una película, buena, colocada, de banda sonora ejemplar y actuaciones muy decentes, llegará cuarteada a las mentes de los curiosos pagadores de entrada que verán otra película distinta, sin inquisidor, sin tensión, sin miedo, sólo de protesta, lucha de medios y buena calidad.