Una de las peores posibles virtudes del cine a mi entender es la absoluta corrección. Lo he dicho otras veces, quizá ya demasiadas para mis lectores asiduos, pero no me cansaré de repetirlo. Me aburre una película que simplemente es muy correcta. Correcta dirección, correctas interpretaciones, correcta fotografía... A pesar de todo, “El asesinato de Richard Nixon” nos aborda con una idea bastante original. Curioso que diga esto cuando se tratan de hechos reales, pero es así. Aunque mucho me temo que la originalidad se va a quedar en eso, en la idea sacada de la realidad. A partir de aquí tendremos que conformarnos con lo correcto de un director primerizo y un guionista de televisión. Sean Penn ("La intérprete", "21 gramos" -con Naomi Watts también) , dicen, está muy bien. Y lo dicen quienes como yo admiten que en los últimos tiempos no ha estado tan bien. Ha acumulado un excesivo conjunto de gestos, de rostro de dolor y desesperanza que empieza a cansar, vamos, lo que técnicamente se denomina como el síndrome De Niro. Y como decía, aun los descontentos como yo con este actor afirman que ha hecho un buen trabajo, volviendo a sus inicios cuando se esforzaba un poquito más. Naomi Watts ("King Kong", "Tránsito") no puede estar mal y Don Cheadle ("Hotel Rwanda", "Crash") siempre queda bien. Tenemos los actores. Todo preparado para una película a la que se podrán poner pocos peros, y el mayor de ellos será que saldré del cine igual que había entrado pero dos horas más viejo.