No hay nada peor para una buena película que un comienzo brillante. No nos va a pillar por sorpresa ahora cuando ocurrió exactamente lo mismo en la anterior película de Pixar, Wall-E. Toda la primera parte de Up, precisamente aquella que menos tiene que ver con la premisa de la película, es impecable, la verdadera demostración del ilimitado poder de la animación 3D, y buen cine a secas.
Se desarrolla al mismo nivel que una película de imagen real, en los contextos complejos de una ciudad cotidiana (no en las nieves prehistóricas o en parajes muy muy lejanos), con escenarios adultos, como la consulta de un médico, que están meticulosamente recreados con una brillantez estética que ya ni siquiera necesita recurrir a los alardes de espectáculo para demostrar que son los mejores. El lenguaje se apoya en la ventaja visual de la animación pero a la vez es sutil y no tiene miedo de que el público más joven no entienda gran parte de lo que sucede (que ella no puede tener hijos, por ejemplo). Consigue hacer aflorar los sentimientos con momentos tan tristemente bellos como la segunda vez que el protagonista limpia la ventana y no está la cara de su amada esposa al otro lado para alegrarle la vista, ya no estará nunca más.
Cuando empieza a parecer que Pixar ha decidido rodar una película para adultos, todo cambia. Perros que hablan (¿y esto a qué viene?), animalitos, persecuciones... Es verdad que se mantienen algunos momentos brillantes, como la aplastante metáfora de desprenderse de los recuerdos que nos atan al suelo, cuando el anciano lanza sus muebles fuera de casa. No por ser evidente es menos certera. El resto, desgraciadamente se queda en una divertida película para chavales. Se acaba la madura historia del anciano y comienza la infantil aventura del niño. Se añaden de paso algunos temas dirigidos a los pequeños espectadores: papá no viene a verme a la entrega de medallas, estoy gordito y no puedo subir por la cuerda (paradigma de aterrador ejercicio al que parecen estar obligados los colegiales por aquellos lares), etc. Todo ello sin la sutileza que se había demostrado hasta entonces, y no la tiene porque esto sí que deben entenderlo los críos.
En varios momentos podemos encontrar cierta influencia de Steven Spielberg. El padre ausente, la criatura capturada al más puro estilo E.T., cierto sentimentalismo, algunos momentos de acción colgante que recuerdan a Indiana Jones en el templo maldito y, de forma más clara, y en su faceta como productor en las sombras, a la ochentera Nuestros maravillosos aliados, referencia con tintes casi de plagio, a la situación inicial. Aunque siendo correctos, deberíamos asociar esta idea más a Brad Bird, guionista de aquella y uno de los hombres fuertes del equipo Pixar.
Complacido y con ganas de la siguiente, uno se queda con cierta sensación de fracaso. Pixar ha sido capaz de romper muchos modelos ¿Será capaz de atreverse a romper el suyo propio, que tan bien le funciona, y lanzarse a una obra exclusivamente adulta?