Bertrand Tavernier nos presenta una sátira muy divertida sobre el funcionamiento de la trastienda
de un ministerio. Juega con el humor gráfico -los papeles al viento, la
energía- que sin duda, es herencia del material en el que se inspira: un comic.
Aunque lo que verdaderamente destaca es la acidez y la ironía de su
planteamiento. Gira alrededor de un vacío absurdo, un trabajo que nunca parece
tener una utilidad. Un ministro que se recrea en las palabras grandilocuentes
que no parecen tener ningún valor para su equipo. Y sobre todo, como ese equipo
está perfectamente adaptado a esta inoperancia, y como se dedica a sobrevivir
en esta deriva, de la misma manera que el capitán Conan sobrevivía en las
trincheras, adaptándose a sus normas. En definitiva, y en ambos casos, nos
muestra como el individuo acepta las reglas del contexto, que con la
sofisticación van perdiendo cada vez más un sentido palpable, para sobrevivir
de la mejor manera posible dentro de ellas.
Puede que la película en su recta final caiga en la
repetición y se atasque contándonos lo mismo otra vez, pero las dos horas de película
viajan con un ritmo envidiable. La clave es el montaje y el tempo de los actores.
El uso del montaje y su equivalencia con el mundo del cómic, de donde procede
esta obra, se lleva a la máxima expresión con el brillante homenaje a Tintín, y
al mismo tiempo análisis de los dos diferentes lenguajes. Quizá haya más esencia
de adaptación de cómic aquí que en los estilizados títulos de la escuela de 300. En cuanto a los actores, tenemos un
gran trabajo cómico de Thierry Lhermitte,
con su enérgico, impaciente, carismático y enormemente vacío personaje. Y una
réplica estupenda del siempre genial Niels
Arestrup, el contrapunto de la paciencia y la inteligencia.
Una buena sátira política, con un guión ácido e inteligente
a la que se le puede perdonar que le sobren algunos minutos.