Me hago cargo de que Rodrigo Cortés lo ha hecho de manera más que voluntaria: Luces rojas es una película que anima al espectador a cazar las pistas, a intentar pillarle el truco. La cinta tiene la estructura de un enorme número de magia, así que sí, es desde luego una apuesta muy consciente de Cortés aunque, bien mirado, esto tiene un problema: Habrá espectadores que cazarán ciertas pistas al vuelo e intuirán alguno de los giros paralelos del final. O ambos. También los habrá que no. Claro.
La evidencia de la voluntariedad de Cortés está en frases sueltas (ese aparentemente jocoso "porque soy psíquico" que musita Cillian Murphy), en detalles visuales, en pistas reincidentes (pajaritos, pajaritos) y hasta se entretiene con bromas, como esa modificación guasona del famoso póster de Fox Mulder en Expediente X (del I want to believe de Chris Carter al I want to understand de Cortés).
Con todo y con eso, la película anima en su cierre a un segundo visionado, por eso de jugar a revisar pistas, qué fui capaz de cazar y qué se me ha pasado. Y ese otro juego tan del espectador puñetero del XXI: ¡A ver si pillo a la historia en algún renuncio!
Por encima de todo, Luces rojas no renuncia a su condición de gran entretenimiento, de magnífico guiñol, y en esto Cortés se mueve muy bien. Lo asume y lo multiplica, desde su intro tan Expediente X hasta la teatralidad oscura del tramo final, con ese De Niro tan en su papel, tan bien elegido, tan bien plantado. Hacía tiempo que no disfrutaba con él en el Cine, ya era hora.
Desde luego Luces rojas no enfrenta al espectador con la osadía formal que supuso Buried. Me quedo con aquella locura, que resultó ser un acierto. Pero ojalá que cada vez que fuese al Cine para pasar un buen rato me ofreciesen entretenimientos tan bien llevados como éste.