Últimamente nos estamos acostumbrando
a que los documentales sean un formato cinematográfico tan válido
artísticamente como cualquier película de ficción, que se estrenen
en los cines y que nos aporten un valor más allá de su contenido.
Digo que últimamente está más extendido, no quiero decir con ello
que sea un descubrimiento reciente; sin hacer mucho esfuerzo recuerdo
la joyita de 1929, El hombre de la cámara, una delicia
formal. Con esta filosofía, disfrutamos de obras como la reciente La
cueva de los sueños olvidados, de Herzog, que independientemente
del interés que tengamos en las pinturas rupestres, aportaba un
valor artístico y reflexivo indiscutible.
Pues bien, este no parece ser el caso.
No. Es más bien un documental del otro tipo, del tradicional, del
que vemos porque nos interesa lo que cuenta. Funcional, explicativo,
didáctico. Si el tema te da igual, no lo veas. A mí el tema no
puede interesarme más, y es que habla de uno de los grandes genios
del cine, Woody Allen. Me declaro fan incondicional y como tal, me
interesa lo que puede aportarme este documental, igual que vería
unos buenos extras de cualquiera de sus películas.
Dirige el documental Robert B.
Weide, que ya ha participado en trabajos similares con, por
ejemplo, el cómico Larry David (que además es el protagonista de
una de las mejores películas recientes de Allen, Si la cosa
funciona). También tuvo una nominación al Oscar por su trabajo
acerca de otro cómico, Lenny Bruce. Weide realizó un documental de
más de tres horas sobre Allen el año pasado dentro de la longeva
serie American Masters, donde participaban un montón de
estrellas, incluido, por supuesto, el propio Allen. Lo ha adaptado y
recortado a casi dos horas, para su estreno en cines. Si os interesa
el director tanto como a mí, no os la perdáis.