No es ningún tópico otorgarle a Irán el título de ser el tipo de cine que mejor funciona con la parábola. Todas sus historias, personajes, música, estructura narrativa son el resultado de una composición con alto contenido en tradición oral y escrita. Personalmente, me gusta. Aunque reconozo que puede hacerse en ocasiones un tanto repetitivo. A pesar de que el contenido de sus historias sean distintos siempre se repite esa estructura o línea de acción que nunca cruza la convencionalidad exigida. En su defecto, las cintas adquieren dimensiones poéticas donde el espectador llega a alcanzar una relajación absoluta por medio de los paisajes, la ternura de sus historias o la cultura iraní. Amplios planos sumergidos en lo estático durante minutos.
Y esta parábola lleva como título The white meadows, traducción al inglés de la original Keshtzar haye sepid. Su director es un desconocido por la mayoría, Mohammad Rasoulof. Además de la dirección, ha escrito el guión del film. Un proyecto muy personal, sin duda, en el que Rasoulof seguro que intenta ser más creativo y salirse un poco de lo convencional. De lo contrario, terminará siendo una película festivalera posiblemente con sitio en la cotidiana cartelera de invierno. Y eso no lo quiero ni yo ni nadie.
De momento, las tres estrellas. Lo que venga, vendrá. Con los méritos se recompensará.