Es difícil entrar en esta película. No es que no tenga argumento, pero sí podemos decir que este está ofuscado por una narrativa muy simbolista y es difícil seguir la trama. También puede ser un problema para muchos espectadores aceptar ciertas licencias formales que aplastan algunos desarrollos lógicos argumentales.
La película es un giallo y no lo es.
Lo es en pura esencia, destilada, en su uso de la sangre y los
objetos afilados, en su banda sonora, en su osadía cromática, en el
tema rocambolesco con traumas y sexo. Lo que le aleja de aquello a lo
que homenajea es precisamente su ambición vanguardista que rompe con
la narrativa de aquellas películas. Aunque bien mirado, quizá esta ambición de ruptura y su estilo tan libre puede acercarle
también a aquella filosofía de cine.
Sea como fuere, tenemos escenas enormemente sensoriales. Colores y sonidos llevados al estremo. Mucha
piel hiperexcitada y texturas de seda y cuero. Montaje mareante con
saltos de eje y de racord que provocan un bien buscado desasosiego -que no necesariamente una atmósfera.
Una excelente banda sonora y unos actores con la presencia exacta.
Se le puede achacar cualquier cosa al
abuso del preciosismo, pero quizá lo más negativo es que la
historia que cuenta no siempre se ve reforzada por estas
elecciones formales. Todas ellas parecen orientadas a tres únicos
objetivos: el homenaje, la excitación de los sentidos y en,
definitiva, como nos explicó su productor, el paroxismo.