La vie d'Adèle tiene dos partes bien diferenciadas. Imagino que de ahí lo de capítulo 1 y 2, y que serán historias distintas en el material original. La primera parte trata sobre la iniciación de Adele, su aceptación como algo que en el fondo ya sabe que es: lesbiana. La presión social, la lucha interna, el eterno prueba/error de la vida, la liberación. Todo eso está ahí como cuestión bien concreta asociada a un tiempo y a un lugar; a un sociedad. Pero también se deriva, de forma algo más universal y genérica, una historia de amor a primera vista, de pasión juvenil, de primer amor. Ambas funcionan muy bien. La de salir del armario porque es equilibrada y escapa de las vías habituales. Podría habernos hartado con más reacciones de rechazo en el instituto, pero no, no hace falta, porque todo eso ya nos lo sabemos. Muestra diferentes formas de vivir la orientación sexual en público y los respectivos efectos sociales.
En cuanto a la pasión, está muy bien
retratada la necesidad de Adele, el deseo, la obsesión. El director
asocia rápidamente el color azul, llamativo en el pelo del objeto
del deseo, y cubre la película de este color, hasta en lugares
insospechados como en el muñequito teóricamente verde de un
semáforo (¿cruzar hacia el amor?). Incluso me ha parecido
distinguir un insospechado tono o luz azul en la lengua de Adèle
mientras practica un sexo hetero frustrante. Lo cierto es que las
escenas de sexo están muy estilizadas, por lo que podrían ser poco
creíbles y sin demasiada consonancia con el tono muy realista
general -entiendo ciertas críticas en ese sentido- pero aceptémoslo
como una licencia poética, ya que cuando uno está en faena, lo
siente así de estético y perfecto. Por otra parte es un regalo para
el espectador, el que nos hace el director y sobre todo, las
desinhibidas actrices. Es interesante como la vida de Adèle cambia
en todos los aspectos: de la manifestación contra la privatización
-la protesta que puede representar el inconformismo de la
adolescencia- al desfile del orgullo gay -su aceptación sexual.
En la segunda parte vemos la vida
cotidiana de una pareja. La pasión sigue ahí, pero empiezan a pesar
las diferencias sociales y de carácter. Si a los franceses les gusta
mostrar las diferencias de clases, casi les interesa tanto poner el
foco en la diferencia de nivel cultural. Lo veíamos en En la
casa. Los suegros de ambas no las comprenden, no terminan de
respetar sus inquietudes. Se nos presenta a una familia sin intereses
artísticos y con un nivel de cultura muy limitado. Por el contrario,
otra que no es capaz de ver más allá de los intereses del arte. Por
supuesto, cada una con su correspondiente actitud hacia la
homosexualidad. Pero no es solo una diferencia de familias donde la
pareja funciona por encima de todo como en un idílico Romeo y
Julieta. La diferente procedencia y educación hace mella en la
pareja, pues no terminan de adaptarse -quizá no quieren hacerlo- al
mundo de la otra. Todas estas vicisitudes, y otras, que van más allá
de los hitos habituales de infidelidad, están tratadas con sutileza
y con gran nivel de detalle. También ayuda que las actrices nos
regalen una interpretación enormemente matizada, intensa y realista.
Especialmente Adèle Exarchopoulos (la actriz que encarna a su
tocaya Adèle).
La película dura tres horas que sí,
podrían haber sido menos, hay donde recortar, pero tampoco deja una
sesación de material especialmente sobrante. Se sigue con interés y
tiene algunos momentos desgarradores, otros excitantes. Una buena
dirección con el clásico estilo post-Dardenne acompañado de un
especial interés en el color, posiblemente como herencia del cómic
del que proviene, donde el azul era incluso parte del título. Una muy buena película que no tiene intención de envejecer mal por ahora.