Taking Woodstock se corresponde con ese tipo de películas que trata sobre la costosa aunque muy dinámica realización de un evento importante, en este caso el festival de música más famoso de todos los tiempos, pero lo mismo puede ser una película, una obra de teatro... En estos casos solemos poder disfrutar de dos horas animadas, con mucho ritmo, de resolución gratificante. No hay nada nuevo en ello pero Ang Lee lo ha llevado a cabo con gran maestría. Por otro lado, también pertenece a ese tipo de obras que pretenden retratar la sociedad de un determinado lugar en un momento concreto de la historia, aquí el movimiento hippie, que podría considerarse ya un subgénero dentro de los retratos sociales. El director aborda esta faceta con unos resultados incluso mejores, aunque nuevamente sin aportar nada sorprendente.
La mirada de Lee es desde luego muy parcial, muy idealizada, aunque de manera posiblemente voluntaria, para poder dotar a su película de un tono vitalista, optimista, esperanzador. En cierto modo, es más un homenaje a una generación repleta de buenos ideales, que una crónica fría.
Los personajes, bien trazados, ayudan no sólo a la comedia, que también, si no a dar un fondo más humano a una historia más bien colectiva. La relación del personaje con sus padres, que a su vez es la relación con sus propios miedos, está muy conseguida. Mención especial para esa excepcional Imelda Staunton que vuelve a demostrar que puede con todo y que lo hace francamente bien. Ella destaca considerablemente, aunque todo el reparto funciona de maravilla. Una película divertida, con ritmo, realizada sin adornos. Nada nuevo, pero sí muy bueno.
Quiero hacer mención a la escena psicotrópica en la furgoneta, uno de los viajes más logrados que he visto en cine. Mareante.