Antes de nada, un primer aviso para los fans de Michael Winterbottom. Es muy probable que a todos los que les cautivaron trabajos como Nine Songs o Tristan Shandy: A cock and bull story, Génova les decepcione. En efecto, el director británico ha querido con esta película desmarcarse de su habitual estilo narrativo para contar una historia sencilla. Una vez hecha esta advertencia, hay que abordar el film como una crónica de sucesos sin un desenlace o mensaje concretos. Solo así puede valorarse en su justa medida.
Tras perder a su mujer en un accidente, Joe decide coger a sus dos hijas y mudarse una temporada a Italia. La ciudad de Génova se nos presenta como un lugar plagado de misterios al que a cuesta trabajo acostumbrarse. No solo se trata de sus costumbres, el idioma o sus laberínticos callejones, sino que lo más difícil es sopesar todos esos cambios con el dolor interno y contenido que todos ellos arrastran. El argumento no es nada del otro mundo. Al fin y al cabo, se trata de analizar los diferentes modos en que los miembros de la familia se enfrentan a la pérdida del ser querido en un entorno extraño. Se puede decir que representan un mosaico de historias interrelacionadas. En cualquier caso, el director sabe explotar cada una de ellas.
Joe se sumerge en su nuevo trabajo para seguir adelante, sin querer afrontar las numerosas propuestas de amor que parecen surgir a su alrededor. Por su parte, Kelly -que no deja de ser una adolescente en plena edad del pavo- comienza a descubrir la sexualidad y la rebeldía como medios de escape del dolor. El trato que da a su hermana pequeña resulta significativo, aunque sin duda la historia más interesante es precisamente la de Mary. La figura cenital de la hija menor es clave. Las apariciones del fantasma de su madre diciéndole que le perdona, las velas que enciende en las iglesias o los dibujos en los que aparece constantemente representada nos hablan de culpabilidad no asumida pero también de un afán de recuerdo.
El uso de la ciudad como metáfora sirve aquí para ambientar una pequeña historia cotidiana a la que se ha añadido un ligero toque fantástico, casi onírico. Es de agradecer que el film no se convierta en un panfleto publicitario de la ciudad que le da nombre, algo que el bueno de Woody Allen debería tener en cuenta a la hora de realizar sus últimas películas de encargo. También es reseñable que no se abuse de los tópicos. Aunque presentes, los espaguetis, las mujeres hermosas y las playas al sol están introducidos en la historia de manera natural y no como meros clichés.
El director no se recrea demasiado en su habitual dominio del montaje y prefiere ofrecer un desarrollo dinámico, pero sigue demostrando su valía en más de una ocasión. Algunas escenas son dignas de aplauso. El mismo inicio de la película, con esa música de Chopin de fondo que deja paso a la escena del accidente, tan tensa en su naturalidad que sorprende. También los paseos por el lado oscuro de la ciudad, sensaciones de amenaza sin consumar, o las conversaciones de Joe con su pequeña. El conjunto está dotado de una luz cálida pero plagada de sombras, como los propios personajes. El uso de composiciones clásicas de piano mezcladas con temas modernos es un recurso tan necesario como evidente.
Aunque muchos acusarán a Colin Firth de ser un actor poco expresivo, es precisamente ese rasgo una de las claves de su papel. Su cara sienta de maravilla a esa pena reprimida que se adivina tras sus facciones. Una espectacular Willa Holland -que Winterbottom luce en todo su esplendor- encarna a la perfección a la joven rebelde. Pero una vez más, el mayor interés lo despierta Perla Haney-Jardine. Esos gritos en la noche llamando a su madre, reflejo de una soledad que su familia no puede remediar, llenan la pantalla. Una guapísima Catherine Keener como Bárbara roba minutos a los mismos protagonistas, pero siempre en segundo plano. Hope Davis es un fantasma, en todos los sentidos de la palabra.
El viaje vitalista que nos presenta Michael Winterbottom será polémico por el estancamiento de su climax narrativo. Fallida para la inmensa mayoría, repleta de sutiles sentimientos para unos pocos, Génova es una película misteriosamente atrayente. Uno sale contento del cine, pero si se para a pensar fríamente lo que acaba de ver se da cuenta de que tampoco se le ha contado gran cosa. Aunque no se puede hablar de engaño, de Winterbottom hay que esperar mucho más de lo que ofrece en esta película. Y sin embargo, tiene algo.