Crítica de la película El aviador por Romulo

Perfecta: Vibrante y profundo Scorsese. Impresionante Di Caprio


5/5
16/01/2005

Crítica de El aviador
por Romulo



Carátula de la película Vuelve a escoger Scorsese uno de sus personajes tipo: Talentoso, genial y admirable al tiempo que atormentado, obsesivo y enfermo. Lo era Travis Bickle en TAXI DIRVER, lo era LaMotta en TORO SALVAJE, lo era Cristo en LA ULTIMA TENTACIÓN, lo era Frank en AL LIMITE, lo era Newland Archer en LA EDAD DE LA INOCENCIA. Y lo han sido muchos otros otros protagonistas a lo largo de la filmografía de Scorsese.

Casi todos ellos avanzaban en su tormento hasta una inevitable redención. A veces satisfactoria, otras veces errónea. Casi siempre violenta. Pero aquí, ese Howard Hughes interpretado IMPRESIONANTEMENTE, con infinidad de matices y una sorprendente fuerza por Di Caprio, centra un plano final fabuloso, repitiendo hasta la saciedad ese "Camino al futuro" que se desvela inútil -repetido por enfermedad, no por comprensión-: En medio de su ataque de ansiedad, Hughes recuerda una frase suya, de la infancia, "de mayor seré piloto de aviones, haré las mejores películas y tendré mucho dinero", y comprende que todo lo que quería (y tenía) que hacer en la vida, ya lo ha hecho. Y en ese punto de la historia, en que su personalidad y su genio empiezan a estar alienadas y casi destruidas por sus obsesiones enfermizas, el futuro se adivina negro (color que predomina en el plano, a pesar de que estamos en un cuarto de baño). Solo le queda terminar por destruirse del todo, hundirse, acabar siendo una caricatura grotesca de lo que fue. Por mucho que repita hasta la saciedad ese "camino al futuro, camino al futuro, camino al futuro", que se perfila una burla macabra de su mente, muy avanzada en su enfermedad.

Hasta ahí, Scorsese ha presentado una película con un ritmo sorprendente, una película que funciona como un reloj, sin fallos, sin altibajos. Comienza directísima, con garra, metiéndonos de lleno en el rodaje de LOS ÁNGELES DEL INFIERNO, sin dejarnos respirar desde el primer instante. Desde ahí, ya desde ahí, los primeros rasgos de Hughes quedan claros: Su personalidad, su fuerza, su genio, su testarudez, su carácter ganador. Tanto en la dirección del rodaje como en la seducción y el flirteo, siempre en Hollywood.

Sin dar un segundo al descanso, sin salir del tobogán, Scorsese va filtrando poco a poco esas obsesiones de Hughes, herencia de esa infancia breve pero certeramente apuntada en la introducción. Tal y como sucedió en vida, Hughes pierde enseguida gran parte del interés por el cine, y la energía dedicada a dirigir HELL'S ANGELS durante 3 años, la desvía a la aviación, manteniéndose en Hollywood únicamente como productor y como pareja de baile de grandes estrellas. (Magnífica, por cierto, la caracterización de Blanchett como Katherine Hepburn; consigue dotar al personaje de una personalidad arrolladora.)

El genio y el talento de Hughes quedan patentes en varias escenas, dotadas de otro genio y otro talento sin parangón (especialmente en el aspecto visual y en el montaje): los de Martin Scorsese. Él consigue hundirnos en la butaca, agobiados paulatinamente por el deterioramiento de Hughes, sobre todo con la virtuosa secuencia del encierro en la sala de proyecciones: Claustrófóbica, impresionante.

Las palabras de Katherine Hepburn y de Juan Trippe (su enemigo más odiado; odio que no es recíproco) son los únicos contactos de Hughes, aquí, con el mundo exterior. Pero es Ava Gardner quien le da el empujón final para afrontar otra de las secuencias más virtuosas de la película. En este caso, gracias a un ritmo endiablado, impactante. La audiencia ante la Comisión dirigida por el senador Owen recuerda en primera instancia a ese momento similar de El Padrino II. Pero sí allí la puesta en escena estaba influenciada por la serenidad de Michael Corleone, que contagiaba esta característica al montaje, en EL AVIADOR la fuerza, la rebeldía y la verborrea retorcida e inteligente de Hughes (que acaba siendo quien pregunta), hacen lo propio.

Cuando Hughes parece por fin haber salido del infierno, recuperarse (incluso da la mano a todos los que le agasajan a la salida de la audiencia pública) y triunfar a los mandos de su Hércules, un nuevo ataque le amenaza. Estamos en ese final brillante, durante el cual, en eso que los alcohólicos llaman un momento de lucidez (como decían en cierta película), en medio de la fuerte crisis nerviosa, recuerda y entiende que ya nada queda por hacer. Solo caer y caer y seguir cayendo. "Camino al futuro".




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