Es muy difícil autolimitarse en un espacio cerrado y conseguir salir indemne de ello. Musarañas, no lo consigue. Su planteamiento argumental que la ciñe a un piso cerrado, la condena también a una artificiosa condición de escenario. Además, ni siquiera se mantiene en su propuesta al 100%, rodando un par de escenas en la escalera y el piso de arriba. Por otro lado, la solución de las escenas de la calle, desde la ventana, llegan a la comicidad, por su repetición disparatada siempre en el mismo lugar exacto. Esto, unido a la manida ambientación de posguerra, hace que la película recuerde demasiado a uno de estos seriales de época, tipo Amar en tiempos revueltos. Le falta cualquier mínimo de ambientación estética que pudiera favorecer su propuesta de terror.
Como la película no consigue transmitir a través de su imagen, debe hacerlo de forma explícita. Por ejemplo, para darnos a entender que la protagonista no puede salir de casa por un problema mental, obligan a la actriz, Macarena Gómez, a mirar de forma evidente el marco de la puerta, recorriéndolo con su mirada hasta que todos lo tengamos claro. Explicar el título siempre suele ser mala señal; aquí se hace dos veces. En cuanto al giro final, resulta forzadísimo y supone la respuesta a una necesidad de guión que no ha sabido resolverse.
Consigue ser razonablemente entretenida, en unos justos 90 minutos, aunque llega caer en la reiteración y no termina de dar un puñetazo en la mesa. Algunos delirios que se agradecen -como los maniquís- pero que no están sostenidos por el resto de la acción, bastante falta de chispa. El reparto, correcto, no termina de levantar una película a la que le falta fuerza por todas partes.