La saga de Bourne tiene esa credibilidad innata que es imparable. Personaje perfecto, costumbres en pantalla perfectas, héroe sobreprotegido y exagerado pero en la medida justa, amores de película de Bond pero con respeto a los nuevos tiempos, acción bien rodada y llevada, cierto interés mantenido en el tiempo del metraje con la idea fundamental siempre triunfante, escapar. Los pilares básicos que con presupuesto funcionan, y van a seguir funcionando bajo la estela de Bourne.
Acción por tanto como ya no la hay. En esta ocasión cambiamos del señor Matt Damon (El caso Bourne, El mito de Bourne, El ultimátum de Bourne) al señor Jeremy Renner (En tierra hostil). Más chispa, más capaz de caer bien, menos sota de bastos. Cuarta película de la saga, del director de Michael Clayton y Duplicity, suficiencia. Se introducen en el reparto Edward Norton (Moonrise Kingdom) y Rachel Weisz (Agora) porque esta franquicia funciona y da dinero. Invertir en rostros mejorará el rendimiento. Cine comercial que admito y animo, es lo que es, pero bien hecho.