Bennett Miller, el director, pone especial cuidado en rodar con realismo cada entrenamiento, cada combate. Destila la esencia de esos enfrentamientos, cuerpo a cuerpo, con un contacto extraño. El embiste de fuerzas no queda lejos de un abrazo sentido. El entrenamiento entre los dos hermanos, al principio, es una complicada combinación de combate y contacto fraternal. Es un resumen de su relación, con la incapacidad del protagonista de transmitir sus emociones, y con ese hermano mayor que sabe palparlas en su piel, y que afronta los golpes sangrientos con serenidad. Planos de detalle de una leve caricia, casi solo un contacto, en la espalda, rodados con una carnalidad afectiva tremenda.
Los personajes no solo se desnudan físicamente. Vamos viendo, con matices, sus emociones, sus frustraciones, y sintiéndolas nuestras. La sumisión, la envidia, la cosificación. Vemos al protagonista jugando a los pies del millonario como si fuera una mascota, algo que, sin duda, ha comprado. Un juego triangular de poderes, autoridades y rebeldías, que se va cociendo a fuego lento hasta que estalla como en una olla exprés. Por supuesto, para entender con precisión este equilibrio, unas actuaciones brillantes de sus tres protagonistas.
Steve Carell en un desternillante personaje dramático. Aterra, causa lástima, divierte. Se rebaja, demuestra continuamente su mediocridad, su torpeza, al tiempo que se envuelve en una autoproclamación de excelencia. Roza el absurdo pero Carell sabe mantenerse sobrio. Channing Tatum, un actor que sube enteros cada año, y que consigue una actuación física brutal. Además de resultar creíble en sus movimientos, emite una frustración intensa y dolorosa. Su mejor papel hasta la fecha. Y para cerrar el triángulo, el siempre genial Mark Ruffalo, un actor de una calidez extraordinaria, que nos regala aquí una interpretación emotiva y enormemente empática, a la vez que resulta creíble como ese líder de la lucha.
La película, como digo, es una película de personajes, de relaciones, de emociones, pero es más que eso. Es otra más de las películas recientes que hablan del capitalismo salvaje. Una historia sobre lo que se puede comprar y lo que no. Sobre el capitalismo menos noble, ese que reemplaza los méritos (su supuesta esencia) por el dinero. Un dinero que viene de la peor fuente, de la guerra, de los buitres del armamento. Un dinero que llega hasta el protagonista como un niño rico acostumbrado a comprar todo lo que quiere. Compra a la policía, al ejército y también al deporte. Todo envuelto en un falso halo de patriotismo. Ver a las instituciones bailando a su son repugna. Dinero que compra también a las personas, convirtiéndolas en juguetes. Y dos respuestas distintas, la de dos hermanos, para negociar con el dinero. Una desde la dignidad, otra desde la rebaja moral. Con las correspondientes consecuencias para cada uno.
Una historia que, de esta manera, nos deja dos lecturas interesantes. La historia humana, emocional, de personajes; y el retrato político, el mensaje. Con todas sus virtudes, resulta algo pesada en algunos puntos y quizá le falte mantener la chispa que demuestra en algunos momentos. Un poco de tijeras no le vendrían mal. En todo caso, una obra llena de elementos interesantes.