Mi máxima para este último trabajo de Bayona era que el cine asomara la cabeza frente al espectáculo proporcionado por el ordenador. Pues bien, he de reconocer que salgo de la proyección con una sonrisa pícara. El cine prevalece sobre la pirotecnia del tsunami en cuestión. Aunque no llegue a creer en ese juego de casualidades no se puede negar que el lodazal y el escalofrío post tsunami le gana la batalla a todo lo demás. Apostar por el cine, la función del drama o dejarse arrastrar por el desorden e incompresión es una dinámica muy acertada.
Uno sabe que esta desgracia e historia familiar es verdadera pero tampoco somos tan ingenuos. Fuera de los minutos estrella del tsunami teníamos que sentir frío, suciedad, hambre, pánico, indecisión y todo esto se esfuma y de haberlo tan sólo Naomi Watts y el hijo mayor lo consiguen. El resto es plató de cine, una artificial realidad ambiente muy clásica del cine de luz y sonido. Nada nuevo que sume. Trazos del cine catastrofista de los ochenta y noventa versión renovada y actualizada. Lo imposible han conseguido el efecto tsunami del taquillazo otoñal. Muy a mi pesar el debate no es el cine sino la calidad de los minutos logrados de la tan esperada ola sin freno y es que en esto también se ha quedado corta para los discípulos más radicales. Gana el efecto llamada al espectador y las salas de cine que están haciendo el agosto. La noticia está fuera de la butaca. Sin posibilidad de dejar contento a todos por igual.