Por fin llegó el día tan esperado por todos los discípulos de John Boyne y su libro El niño con el pijama de rayas. Ha sido emocionante, ya se sabía, porque iba a ser una película con un alto contenido de sentimiento puro, del más puro y esencial. Pero eso no lo es todo en una película, desde luego cuando se presenta en una festival internacional como es el de San Sebastián. Como ya se preveía, el final del film iba a ser igualito al del libro y yo que no lo he leído he preguntado y la respuesta ha sido afirmativa. Sin embargo, quedan flecos del libro importantes por lo que parecen que no se han resuelto en la pantalla. Pero, como ya dije en mi precrítica, las adaptaciones de los libros deben de mantener una esencia y no ser una copia al cien por cien. Al terminar de verla llego a la conclusión de que se nota cierta artificialidad por parte de los acontecimientos, todo ocurre por pasos, como por etapas, casi precocinado. Y los que no leímos el libro debemos examinar la peli y sólo la peli. Y esto es una postcrítica de la película, sólo de la película.
Por partes. La ambientación y el vestuario de diez. Esa fiesta de alta esfera civil y militar alemana, la casa de la familia, la nueva casa de arquitecto alemán del momento es toda una apuesta por la no convencionalidad de la época nazi. En este sentido está muy bien. Por otro lado, el niño. Su estética con peinado de parecido muy razonable al de Adolf Hitler es curioso. Y los grandes ojos azules a la alemana son muy aprovechables y aprobechados por la cámara. También curioso detalle. Su hermana es una perfecto ejemplo de el movimiento de alienación y es otro tropezón de la época muy bien plasmado con esa escena en el que se le ve recortando fotos del Fhürer, de la Alemania nazi, sus coletas trenzas, su aceptación por el orden nazi establecido. Y así, todos los personajes del film como por ejemplo el profesor. En este sentido, la película deja espacio a cada personaje y le da la oportunidad a cada uno de presentarse, de decir qué piensa, porqué está en esa casa. Me ha gustado este aspecto.
El guión es muy literario. Con eso no quiero decir que se note que bajo el brazo se esta peli está un best-seller. Sería mentirnos a nosotros mismos porque todos sabemos de dónde viene esta historia. Tiene comentarios cortantes por parte de Bruno, el niño, un alma humana todavía no abducida por la barbarie nazi, porque es un niño libre todavía y porque quiere ser un explorador. Y tomando la idea del niño explorador llega el maravilloso encuentro de Bruno y Samuel (lo dicen de otra manera pero se sobreentiende). Elementos naturales y no naurales entran en escena. La hierba y el color de las flores a un lado, en el lado de Samuel es tierra seca y no hay vegetación alguna. A un lado un riachuelo, al otro no hay agua. Y así podríamos seguir. La alambrada que les separa es la razón de curiosidad de Bruno, que tiene tiempo y ganas de explorar. Samuel está resignado, pero sigue siendo un niño, lo que es, aunque vive como los adultos por culpa de los adultos. Los encuentros de alambrada creo que llegan tarde, apenas se puede saborear el encuentro de dos almas inocentes con el único objetivo de ser querer ser niños, de jugar. Esperaba encuentros de mayor duración. Luego están otros momentos grandes como cuando médico judío que pela patatas le cura a Bruno. Cuando éste es castigado, cuando Samuel es castigado por comer y Bruno no es capaz de defenderle. Todos estos momentos ayudan a la madre y a Bruno a darse cuenta de la situación pero a llegar tarde, en el caso de la madre, y a Bruno de ser más impulsivo aún y pasar por debajo de la alambrada.
Emotivo momento este último, cuando Samuel sí le trae el pijama de rayas pero Bruno pierde el bocadillo. A partir de aquí todo ocurre rápido, sin darnos cuenta, como a Bruno. Música muy alta y de fondo las voces de la madre, del padre que no pueden hacer nada.
Creo que ha sido muy básica, emocionante por su final pero en general ha estado bien, sin salirse, simpática pero que tampoco creo que haya aportado nada nuevo cinematográficamente. Aún recordamos La vida es bella de Benini, el mejor ejemplo de estos nazidramas con tropezones de amor, cariño y humor.