De vez en cuando en la cartelera tenemos películas basadas en hechos reales que pueden conmover hasta a el más duro de los siniestros. Se trata de dramas que de un tiempo a esta parte intentan ser algo más alegres para un público actual que huy del drama total. En este caso de nuevo, una enfermedad de las llamadas incurables está detrás de la trama.
Para crear la tensión emocional necesaria, en una película que creo pecará de sensiblera y melosa además con ese tono de forzado entristecer de los personajes que se envuelven en orgullo y dureza por ráfagas, se nos ofrece a una pareja que sinceramente parece demasiado dura para el contenido. Son el reclamo de aquellos que no se acercan por el problema de la niña al cine. Harrison Ford (Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal) ahora hace cine de ese que le ofrecen sencillo para las gentes que le desean ver en pantalla y punto y Brendan Fraser (Viaje al centro de a tierra) tiene que encontrar un sitio, porque el aventurero se le ha agotado y el sensiblero no engancha.
De buen cine parece que poco, se trata más de una clásica historia con objetivos buenos, de intenciones firmes por creer en el ser humano, pero con ese poso de ser humano que no te puedes creer. Aquellos que deseen centrarse en el problema y no tanto en ver una película más, perfecto, sino mejor esperar al videoclub.