Hay una palabra para definir a esta película: aburrida. Eso por encima de todo, y después podemos entrar en otros aspectos negativos. Por ejemplo, podemos hablar de una patente precariedad que obliga, como ya anunciaba en la precrítica, a recluir a los personajes en esa casa. Pero es que por no gastar ni siquiera la tele funciona, que es mucho más barato dar una tragedia por la radio. Es verdad que las grandes polvaredas son serias y hacen bastante creíble la situación pero uno se da cuenta de que faltan muchos dólares.
Del teatro de marionetas mejor ni hablar, ¿por qué no se les ocurre habilitar una habitación para la mujer antes? Debería haber estado preparada incluso antes de que llegara. Etc.
El actor principal tiende a la actuación seta. Escucha por la radio que allí donde conduce su mujer caen bombas y el hombre apenas muestra un cierto resquemor curioso. Un poco más de alma hacía falta. Ella está mejor pero más bien justita.
El ambiente me gusta, con esa premiada fotografía de baja saturación con juegos a través de las transparencias de plásticos. Uno casi siente el virus en el ambiente. Eso está muy bien.
Lo que no está tan bien es el rocambolesco final de sorpresa obligada que no tiene ni pies ni cabeza y resulta algo insultante, aunque eso sí, te saca de un cierto sopor provocado por una más que excesiva agonía con dos actores y poco más. A mí me salvó el ambiente jocoso del teatro principal. Si no, el sufrimiento habría sido mayor.