Crítica de la película La Venus de las pieles por Iñaki Ortiz

Polanski mayor


5/5
05/02/2014

Crítica de La Venus de las pieles
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película Puede parecer un divertimento a simple vista. Dos actores, unidad de lugar. Teatro adaptado... en un teatro. Una película menor -así se le ha etiquetado en críticas y artículos. En mi opinión, la complejidad que se esconde detrás de estos dos intérpretes la convierte en mucho más. Digo dos intérpretes, pero tenemos, por lo menos, siete personajes diferentes. Y está rodada en un teatro, sí, pero no es nada teatral. Consigue una ambientación excelente con una fotografía muy trabajada, con los cambios de luces y con una manera muy inteligente de gestionar el espacio. La evocación de lo imaginario, a través del sonido, de las palabras, de los gestos. Por decirlo de algún modo, para mí esta película está más cerca de Lunas de Hiel que de Un dios salvaje (otra adaptación teatral).

Desde el principio vemos claramente hacia donde va y, más o menos, a donde llegará. Pero el proceso está tan bien graduado, tan elegantemente dirigido, que uno solo puede disfrutar del viaje. Sin escalones, sin saltos, y con una intensidad creciente que cuando parece haber llegado al clímax, aún se supera. A esta energía en el clímax ayuda la juguetona banda sonora de Alexandre Desplat.

Roman Polanski reflexiona sobre los roles a varios niveles. De entrada, a nivel interpretativo, sobre la magia del teatro. Después disecciona los roles de poder. Plantea la ambigüedad del sumiso dominante: el que obliga a su ama a dominarle. Y poco a poco, va adentrándose en la verdadera naturaleza del poder y de la entrega, y lo que ello conlleva. Esto lo hace, además, saltando con aparente aleatoriedad entre dos líneas de ficción (la película y la obra dentro de la película). A veces este salto solo es perceptible por el exquisito matiz de estos dos enormes intérpretes. Mathieu Amalric está realmente bien, muy expresivo, pero es que Emmanuelle Seigner está en el papel de su carrera. Borda a la actriz vulgar, a la refinada protagonista de la obra, entona con elegante severidad cuando es necesario; y todo ello saltando bruscamente de un tono a otro.

Esta idea de mezclar la obra con la realidad de forma fluida ya la veíamos muy bien ejecutada en César debe morir, pero aquí parece un trabajo de cirugía. Cada giro perfectamente engarzado para construir una nueva situación. Además, asistimos a un interesante juego de espejos, donde el protagonista se identifica con el personaje de su obra, pero es que además, físicamente está caracterizado igual que el propio Polanski de joven. Una referencia clara a que las sensaciones y vivencias del protagonista las hace suyas el director -como experiencia o como fantasía- rizando el rizo de la historia, replicándola fuera de la pantalla.

Otra idea interesante es la de la fantasía del juego de roles sexuales. El clásico juego para salir de la rutina con la pareja: interpretar unos personajes excitantes. Lo que hacen aquí les básicamente eso, pero de forma justificada. Por esta razón, la excitación creciente de él es incontrolable, porque está participando en un juego sexual sin haberlo buscado. Un interesante paralelismo entre el teatro y la pura fantasía sexual.

En definitiva, una película con un ritmo perfecto, por su constancia y por lo pulido de sus giros. Una intensidad creciente que deja sin aliento al espectador que entra en la propuesta. Una reflexión sobre la lucha de poderes en la pareja, a varios niveles. Y un homenaje al teatro y al poder de sugerente de la imaginación. Impecable.



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