Pues sí, si no estoy mal informado, Sidney Pollack nunca había manifestado el menor interés por el género documental. Un género ahora muy de moda y al que se suma Pollack aprovechando uno de los, valga la redundancia, subgéneros más repetidos últimamente: el documental centrado en una figura de prestigio, célebre, fácilmente reconocible.
Por ejemplo, en este ámbito hemos visto últimamente los trabajos de Scorsese respecto a Bob Dylan (No direction home) o de Demme respecto a Neil Young (Heart of gold). Lo que ocurre es que, por un lado, Scorsese es un tío que ha trabajado mucho y con gran interés el género documental y, por otro lado, Demme ha firmado varios documentales de carácter musical más que estimables. Vamos, que son dos tipos que sabían lo que hacían y con los que da gusto visitar según qué lugares.
Ahora Pollack nos viene con su primer documental y lo hace, para colmo, en un campo no sé si demasiado técnico, no sé si demasiado estático, no sé si demasiado farragoso. Un seguimiento a las ideas del amigo Frank Gehry (sí, el del Guggenheim) desde que son precisamente eso, ideas, hasta que van plasmándose sobre el terreno.
Desde el respeto por los nombres que forman parte del proyecto, reconozco sin tapujos que no me atrae demasiado...