Crítica de la película Alatriste por Romulo

Por fin algo de seriedad en España


4/5
07/07/2006

Crítica de Alatriste
por Romulo



Carátula de la película Pues sí. Si ya es evidente que somos los furia roja que se van en cuartos para casa (y ahora en octavos) y los viva honduras de la política internacional, amén de otras múltiples facetas en que podríamos profundizar, resulta que, poco a poco, cada vez somos más nuestros, también, en el séptimo arte. Y si te descuidas, a ojos del resto del mundo, la morralla incluso ha colado un poquito, por un par de años. Algún que otro premio ya ha caído y por un lapso ciertamente breve hemos exportado esto y aquello al país de las hamburguesas. Pero, claro, como somos tan asín, solo a nosotros se nos ocurre exportar a Penélope Cruz y a Paz Vega. Tradicionales hasta el esperpento; qué se le va a hacer.

Y del esperpento hemos pasado vertiginosamente a la caricatura, o mejor dejemos al lado la diplomacia: a la porquería. De cine pretendidamente social rebelde protestón quejica valiente y más bien llorón podría decir que empiezo a estar hasta los huevos. Pero mentiría. En verdad hace tiempo que ya no lo soporto. No es cosa de meses, ni mucho menos. Para mí el cine ES cine en todos sus sentidos, mensajes y géneros. Y una gran película será siempre un buen trabajo aunque camine, también, por ese trillado y ya facilón sendero de denuncia y queja. Pero, de la misma manera, las malas películas, malas son, por más que le den patadas en el culo a este o aquel o a los dos. Y en España ahora todo el mundo da patadas y grita y berrea y llora y lamenta. Pero nadie hace cine, joder. Mejor harían en plantarles en las manos un megáfono y quitarles la cámara. Gran favor para todos nosotros.

Y todo este rollo a qué viene, dirá alguno. Quizás me haya dejado llevar demasiado por mis cojones (que, como decía, es hasta donde estoy), pero es que ahora, por fin, llega una película de esas que muy de vez en cuando -tanto que uno olvida que sea posible- aparece en la cartelera patria. De esas de verdad. De las que tienen detrás a profesionales serios. De las que están firmadas con tanto cariño como saber hacer. De las que no parecen telefilmes de sobremesa. De las que tienen cuajo. Una película seria, coño, que en España es el único género que parece no interesar a nadie.

Y para que aparezca algo así, al final, siempre tienen que hacer acto de presencia los de siempre. A veces De La Iglesia, a veces Almodóvar, en alguna ocasión Medem, menos incluso Amenábar, si te descuidas. O Agustín Díaz Yanes, que es el caso. Un narrador de los de toda la vida, con más oficio que el demonio y con un sentido visual insólito en alguien con tan corta filmografía. Un director de cine, no un soplagaitas con cámara que filma desgracias y chistes babosos para luego lloriquear porque su película está en 10 salas y la última de Spielberg en 10.000. Un orquestador al que no hace falta conocer para adivinar su profundo respeto por cada aspecto, técnico o artístico, que sólo en perfecta sintonía y afinada sinfonía pueden hacer funcionar el resultado: una película.

Yanes ha demostrado todo eso en sus dos primeros títulos: una sorpresa y un fracaso. Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muertos fue muchas cosas aparte de una ópera prima de cruzado al mentón, de aplauso al novato maestro. Por su ritmo, por su frío, a veces, por su calor, otras. Por su violencia seca. Por su violencia necesaria. Por el profundo sentido de la amistad que emanaba de sus protagonistas.

Sin noticias de Dios, de repente con dinero, de repente con estrellas, fue un error, intuyo, desde su primer paso. Pero sirvió para demostrar que los apuntes de talento visual que su primera película destilaban no eran todo su catálogo; más bien un primer adelanto, tan sólo, un esbozo temprano.

Este Capitán Alatriste será muchas cosas y muchas de ellas serán Arturo Pérez-Reverte, desde luego, pero también será muy Díaz Yanes, cada vez más equilibrado entre el oficio de los grandes artesanos de los 40 y 50, y la brillantez del narrador crecido, especie no abundante pero sí eterna.

En cuanto al interés del realizador en el personaje de Reverte, más allá de una conexión lógica (casi cualquier español podría conocer a Alatriste; el interés posterior es cosa de cada cual), imagino una segunda línea directa igualmente interesante: Yanes, íntimo amigo de Marías (Javier), a su vez amigo y colega del autor de La tabla de Flandes. Quizás sean tonterías, no más, aunque puede que algún día sepamos si Marías (desde hace poco tan académico como Reverte) pintó algo, poco o mucho, en esta primera aventura de Alatriste fuera de sus libros.

Muchas esperanzas pongo en ellos. Podría ser el gran título español del año. O, mejor, uno de los grandes títulos del año así, en general, sin afiliaciones ni pasaporte. Que después de verla siga pensando lo mismo ya es otro cantar. Pero algo podemos tener por seguro: será una película seria. Una película de verdad.




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