Hasta qué punto habremos llegado en la frenética taquilla de nuestros días que se estrena la nueva película de los Hermanos Coen casi pidiendo permiso y por la puerta de atrás.
Ante esta película uno se cansa de oír los adjetivos menor, pequeña y demás con el que nos ha inundado su ausencia de marketing, y le entran ganas de sonreír, más, de reírse ante la posibilidad de estar ante un proyecto realmente ilusionante de esos bichos raros del cine que son los Coen, que en sus siete primeras películas han firmado auténticas obras de arte, y que tras esa cima que supuso engarzar Fargo y El gran Lebowski, se dieron a una bajada de calidad con la excepción de la notabilísima El hombre que nunca estuvo allí. Seis estrellas.
Claro que, como siempre en esta vida, en esta etapa es cuando les han llegado el éxito y la relativamente buena taquilla, culminando en el éxito de No es país para viejos, una correcta adaptación que dio lugar a una buena película, rebosante de talento, pero quizá no redonda porque la novela de McCarthy, poderosa, no jugaba en la división de lenguaje audiovisual. Después llegó esa tontería con algún destello gracioso que fue Quemar después de leer.
Y ahora, pues ahora nos llegan las ganas de los Coen de respirar tranquilos, alejados de los grande estudios que se han llevado por delante el cine independiente para que forme parte de la industria, y nos presentan un proyecto que me recuerda a Barton Fink en varias cosas, sin necesidad de tener que ver a Brad Pitt haciendo el payaso.
Los Coen son unos de esos directores a los que se les reconoce viendo un plano, y con un talento visual deslumbrante para atraparte en una atmósfera surrealista y real, son los mejores haciendo comedia dramática o drama cómico, según se prefiera carne o pescado. Y es esa capacidad a la que aplaudo con mis cinco estrellas.
Sí, delante de la cámara no encontraréis nada conocido, peroo si os fiáis de mí, lo que cuenta es lo que hay detrás. Apuesto por ellos.