M. Night Shyamalan es uno de los
directores más interesantes de los que se encuentran en activo. Su
cine, por mucho que a veces roce el ridículo, resulta de lo más
estimulante. Casi siempre ha recibido un apoyo completo por parte de
Precríticas. Y sin embargo, cuanto más se iba acercando el momento
de ver esta nueva película, poco a poco me iba distanciando más de
cualquier tipo de interés. La gota que ha colmado el vaso ha sido el
absoluto rechazo por parte de mis compañeros. Con todo, le debo a
este director el beneficio de la duda.
Los problemas son muchos. Para empezar,
trabaja sobre un material ajeno (cosa que no había ocurrido hasta
ahora), adaptando una serie de dibujos animados que veían sus hijos,
Avatar (ninguna relación con la película de Cameron). Un
producto caro, muy alejado de sus presupuestos habituales, obligado a
recuperar lo invertido (cosa que además no ha conseguido con demasiada
holgura: en EEUU no ha conseguido recuperar y sumando con el resto
del mundo supera sin demasiado margen). Un producto que los
productores han decidido en el último momento reconvertirla a 3D,
otro ejemplo más de 3D con calzador, y otro ejemplo más de lo poco
que pinta el director en esta película.
En definitiva, todo en contra, y una
simple cuestión de merecido respeto para este director que quizá
sea capaz de sacar algo de aquí, aplicando su concepto estético de
la acción. Veremos.