Con este segundo volumen se cierra la versión incompleta de Nymphomaniac. Diría que son mucho más patentes en esta segunda entrega los recortes de la película, con personajes apenas desarrollados como el de Williem Dafoe o, especialmente, Udo Kier.
Con la excusa del porno, Lars von Trier habla sobre la condición humana, sobre la concepción cristiana de la culpa. Nos vuelve a ofrecer su pesimista mirada a la sociedad, hipócrita, cobarde, traidora. La protagonista, y su penitencia sexual remite a Rompiendo las olas. Además de los elementos religiosos como fuente de represión y de moral cerrada. Elementos religiosos que también están presentes en Anticristo. Otra obra del cineasta que considero cercana es Dogville, con su estudio sobre el comportamiento social, en una línea bastante abstracta, como es el caso. Los personajes y las situaciones son en muchas ocasiones claramente irreales, incluso cambian notablemente según el momento de la historia, y funcionan básicamente como agentes del mensaje abstracto de la película. Entre las referencias a su obra llegamos a encontrar incluso una explícita: el homenaje a la introducción de Anticristo, que sirve para que los espectadores que vieron aquella se pongan alerta a la vez que aceptan el guiño.
Algo interesante en la elección del porno como género es que se presta a la utilización funcional de personajes y situaciones. En el porno, como en el cine de von Trier, el efecto buscado está por encima de cualquier consideración de realismo o coherencia. La fantasía, la excitación, funciona mejor con situaciones que representan ideas y emociones, que con el relato de una realidad ficticia. El director construye situaciones impensables como la del nuevo trabajo de la protagonista, que le sirve para incluir el sadomasoquismo de un modo solo aceptable en la pura fantasía sexual. Al tiempo, claro, construye sus alegorías varias sobre la sociedad y la persona. Puede que Nymphomaniac no pueda ser catalogada como porno si atendemos a su objetivo y a su comportamiento artístico, pero lo cierto es que es una muestra de una amplia variedad de mecanismos del género y de erotismo físico y psicológico. Porno deconstruido.
No duda en hablar sobre la hipocresía de los eufemismos, sobre una sociedad cobarde que se escandaliza y que no empatiza de ninguna manera; afectado sin duda sobre su propia experiencia reciente. En coherencia con su punto de vista insobornable, no se impone ningún tabú y se permite tratar la pedofilia no solo con condescendencia de forma explícita en los diálogos, sino adornando la fantasía con elementos sensoriales de contexto (el chirrido del columpio, por ejemplo), convirtiendo su apuesta formal en un artefacto bastante cuestionable.
Pasamos del bellísimo cuerpo de la modelo Stacy Martin al morboso pero mucho menos perfecto cuerpo de Charlotte Gainsbourg. El parecido, obviamente, le importa poco al amigo von Trier. Al mismo tiempo, la sexualidad se vuelve más retorcida, más dura, más sucia. Jamie Bell, al que recordamos como sensible bailarín en Billy Elliot, descubre aquí su alma más oscura, con un frío y metódico sádico.
Vista en conjunto -aunque aún incompleta- esta obra resulta una de las más características del director, por sublimar algunos de los temas más importantes de su filmografía. Sin rodeos, sin complejos. Lars von Trier en estado puro.