Crítica de la película Camino de la cruz por Iñaki Ortiz

Poseída por Dios


4/5
13/12/2014

Crítica de Camino de la cruz
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película Camino de la cruz, que en mi opinión debería haberse traducido como, Viacrucis, es como sus personajes: austero y contenido. 14 escenas, 14 planos secuencia. Planos secuencia que en su mayoría son planos fijos, o, en algunos casos, con movimientos discretos para reubicar la acción. Este planteamiento requiere una coreografía muy trabajada de los actores que son en muchas ocasiones el único aspecto que redefine el plano. El primer capítulo/plano, que dura más de 10 minutos, es una maravilla de diálogos vibrantes, que para más mérito, está compuesto por varios niños, además de un impecable cura. No recordaba algo así desde Hunger donde, por cierto, también había un cura. El trabajo de todos los actores en la película es excepcional.

Pero más allá de esos méritos, la película tiene la necesidad de condensar sus ideas. Cada plano debe tener una importancia capital en el desarrollo de la historia, por lo que narrativamente se convierte en una sólida cadena, en el que cada eslabón es crucial y sujeta con fuerza el conjunto. Eso también tiene una contrapartida y es la cierta rigidez de la propuesta (uno sabe que un personaje que parece estar a punto de irse, realmente se va a quedar unos minutos más, en definitiva, que la escena se va a prolongar).

La película habla sobre el fundamentalismo, las creencias llevadas hasta los extremos más absurdos, y cómo afectan en la educación, en la familia, en la escuela. Se centra en una comunidad muy concreta, mucho más allá del cristianismo, que nos puede quedar lejos. Aunque en realidad, es aplicable a cualquier tipo de extremismo irracional y dogmatismo autodestructivo que podemos ver en otros aspectos más habituales de nuestro mundo.

Lo que me parece más interesante, es cómo a través de una historia de personajes extremos, se tratan algunos aspectos comunes a cualquier entorno. Si obviamos la cuestión del fanatismo religioso, lo que tenemos es una historia sobre mobbing al individuo diferente, sobre anorexia, sobre maltrato psicológico doméstico. La niña no come porque quiere entregarse a Dios, aunque, si profundizamos más en sus motivaciones, quizá no come porque no se siente querida, por sentimientos de culpa, porque se siente mala persona.

La discusión por ir a cantar a un coro con un chico, nos puede resultar casi cómica, por los hilarantes comentarios acerca del soul y el rock como música demoníaca, pero no están tan lejos del conflicto habitual en las familias, con el adolescente que empieza a querer relacionarse en fiestas y se inicia en el amor. Y, por supuesto, tenemos una historia de amor de juventud que está muy por encima de consideraciones religiosas. En definitiva, la película nos habla de un extremo, pero no nos cuenta nada que esté demasiado lejos de nuestra realidad.

Es un reverso divino a El exorcista -la niña hacia el final empieza a tener muy mala cara- en la que vemos que tan malo puede ser tener el demonio en el cuerpo como tener a Dios. Y sobre todo, que de buenas intenciones está lleno el infierno. La rigidez del comportamiento recto puede llevar a las aberraciones más absurdas. Esa misma rigidez que se autoimpone el director, Dietrich Brüggemann, que decide hacer una ofrenda cinematográfica, algo de lo que ha considerado que puede prescindir: el montaje.

Aunque el director se permite algún flirteo muy ambiguo con lo sobrenatural, su apuesta es en definitiva terrenal. Prueba de ello es que de su rígido viacrucis decide eliminar la última estación: "Jesús resucita de entre los muertos".



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