Nicolas Philibert es un realizador francés que a pesar de su veteranía (no anda lejos de los 60) no tiene demasiadas películas a sus espaldas. Se toma su tiempo para cada proyecto, el hombre. En cualquier caso su cine no suele salir de las fronteras galas así que aquí no conocemos su trayectoria; ni oportunidad hemos tenido. Quizá alguno haya podido ver Ser y tener. ¡Todo un misterio!
Lo que sí sabemos es que en el título que nos ocupa ha decidido tomar una serie de riesgos formales e incluso temáticos adscribiéndose (algo tarde) a esa corriente postpostmodernista que recorre como un virus de suerte dispar el cine de nuestros días. Quizá lo haga tarde, decía, porque esa misma corriente está explorando nuevas vías ya, y Philibert se sube a los primeros escalones cuando la luz del piso bajo ya no alumbra.
Con la excusa del habitual regreso al pueblo natal, Philibert se apoya en actores que se interpretan a sí mismos y que, a su vez, ya interpretaron una ficción anterior para Philibert, precisamente en ese pueblo, una ficción dentro de la ficción que en verdad es una reconstrucción, una película anterior del director francés: Moi, Pierre, Riviere. Es complicado dar a entender el enfoque de la apuesta de Philibert sin entrar a desvelar nada de la trama; desde luego prefiero simplemente invitar, con escuetas pinceladas, que desparramar las tripas argumentales de la película.
Al final, puede que tanto interés quede en agua de borrajas. No sería extraño, ya digo que el postpostmodernismo hace un tiempo que llegó a la cima de su particular Everest y ahora camina en (extrañamente relajado) descenso. Veremos cual es el siguiente pico.