Tarsem Singh da lo que se espera
de él pero sólo en pequeñas dosis. Tenemos unos cuantos planazos
de puro artificio, mucho surrealismo alrededor de figuras básicas
de la memoria colectiva, casi sacado de un cuadro antiguo. Sin
embargo, de algún modo, él sabe que este es un proyecto que mueve
dinero y que hay ciertos límites que sus espectadores no están
dispuestos a cruzar. Su apuesta estética no es todo lo radical que
cabría esperar.
Con todo, hay algunos hallazgos de una
locura afilada: los titanes atrapados mordiendo una barra de metal,
las sacerdotisas atrapadas en el toro hueco, el casco de
alambre de espino. Muchos elementos interesantes que crean una
brillante imagen del mal en torno a ese gran Hiperión despiadado y brutal tan a la
medida de Mickie Rourke.
Lástima que esa necesidad de no
salirse demasiado de los bordes al pintar, enjaule la capacidad del
director, ofreciéndonos una entretenida película mitológica con
sólo algunos momentos de verdadero interés visual. Eso sí,
posiblemente lo mejor que ha salido últimamente de este subgénero
tan maltratado.