Cobardes tres estrellas, con las que ilumino esta precrítica. ¡Lo admito!
Pero es que mis antecedentes con Almodóvar son dolorosos. No me gusta su cine, no acabo de entrar en su universo, su particular imaginería. Pero de tanto en cuanto ataca con alguna película que, aun no sé muy bien por qué, llama mi atención. Y lo hace poderosamente a pesar de saber yo, perfectamente, que en anteriores y similares ocasiones ya me he llevado chasco tras chasco.
La última vez que me ocurrió fue con La mala educación, donde esperaba encontrar un Almodóvar en clave noir. Y quizá lo encontré, pero sobre todo, en clave noir o sin clave noir, encontré de nuevo a Almodóvar. Me choqué con él, más bien, una vez más. Otro encontronazo y vuelta a la dura realidad. No entro en su Cine. Será problema mío, qué le voy a hacer.
Pero no aprendo. Sus dos anteriores películas no me engancharon con la maquinaria publicitaria pero ahora La piel que habito sí lo ha conseguido. De nuevo, quizá, por la promesa de un film más de género, con elementos de terror. Y eso que los que la han visto en festivales ya avisan que cuidado, que no, que esto es de nuevo una mezcolanza de tantas y tantas cosas, pasadas siempre por el descontrolado tamiz almodovariano. Será.
Así que me acobardo y decido tirar de media aritmética entre esas expectativas, y mi miedo y mi frustrada experiencia anterior, entre esa interesantísima imagen de "doctor loco" de Banderas y mi recuerdo de tantos y tantos rechazos. Tiro de calculadora (soy de letras) y el resultado es tres. Esas tres cobardes estrellas.
Ojalá me equivoque, al fin, y tenga que rectificar esta precrítica (o más bien, esta declaración de culpa por parte de un espectador sufrido).