Se confirma lo que ya era evidente: una película
de culto no se puede fabricar. Y no será porque no lo han intentado, este es un
gran trabajo de marketing a todos los niveles. Se ha buscado incluir muchos
elementos distintos de marcada personalidad procurando que la segmentación
radical -así ha de ser, pues las películas de culto son minoritarias- que
consiguen en los espectadores, siempre vaya en la misma dirección para no
limitarse en exceso.
Todo descansa sobre un elemento tan freak como es su condición
de rock ópera. Esto ya de por sí divide al público básicamente en dos facciones,
los predispuestos y aquellos que rechazan el producto de entrada. Ciencia ficción
y gore light, dos elementos que también dividen, pero como decía, en la misma
dirección, ambos subconjuntos se superponen, en la medida de lo posible, con la
exactitud de un producto calculado por una mente cibernética que bucea en la
minería de datos. Para terminar, añadimos a Paris Hilton, toda una figura pop de nuestros días, ideal para que
se le caiga la cara -literalmente, no de vergüenza que también podría ser-
mientras canta en un futuro apocalíptico. Se jalea un poco el producto colocando detectores de metales en la puerta del cine para que nadie la grabe y cancelando proyecciones en festivales de cine ¡Conseguido, chicos, ya tenemos
nuestra película de culto! Y sin embargo, no es así ni mucho menos. ¿Por qué?
Sencillo, porque precisamente lo que suele hacer de una
película un título de culto es la sorpresa, la chispa, la diferencia, la
personalidad, todo lo que no tiene este film, pues vemos claramente que se trata de
un refrito calculado que no tiene alma. Viene a ser un cruce entre El fantasma de la ópera de Andrew Lloyd
Webber y Sweeney Todd, con una forma
musical muy cercana a la primera y un tono negro en la línea de la segunda. No
es casualidad que ambos musicales se hayan llevado al cine recientemente. Todo
en esta película suena a ya visto, con la diferencia de que estos
elementos que ya conocemos de sobra ahora cohabitan, injertados en el tejido
fílmico con la cirugía propia del mismísimo Repoman: fría, directa y eficaz
aunque algo tosca.
Dejando claro que, en mi opinión, no consigue su objetivo de
alcanzar el estatus de película de culto - aunque posiblemente el objetivo sea
simplemente venderla como tal, y este seguramente sí que se conseguirá - ahora queda
determinar si cumple los mínimos como cine sin mayores etiquetas. Lo cierto es
que la ambientación, la fotografía y las coreografías no deslucen, el trabajo
del director, Darren Lynn Bousman,
es correcto, aunque en ningún momento brillante. De un musical de este tipo me
espero un producto irregular que consiga algunas secuencias memorables,
espectaculares, vibrantes. No algo correcto y monótono, como es el caso, así no encuentro justificación para el formato. Lo más
destacable es el personaje de Repoman, con mucha fuerza visual, y las viñetas
de cómics. Sonrojo también hay, como en el concierto en la habitación en defensa de los 17.
La música, finalmente lo más importante, tiene un par de
piezas interesantes pero nada que destaque demasiado. Los intérpretes, sin
embargo, se lucen con buenos chorros de voz, aunque Paris Hilton cubra el
expediente muy en los mínimos. Lo peor, sin duda, es que comete el mismo error
que algunas de sus predecesoras directas: no parar de cantar. Si la música
consigue amplificar los sentimientos de los personajes, no tiene sentido que se
utilice en escenas de diálogos comunes. Ahí simplemente resulta cargante -para colmo son tontorronas musiquitas de relleno- y
entorpece el ritmo. Además, esta saturación consigue que los verdaderos actos
de pasión musical queden menos definidos dentro de un mar musical monótono.
En definitiva, una película que falla en demasiadas
direcciones y que, aunque resulta entretenida y a momentos disfrutable, se cae
por sus propios defectos y por sus exageradas pretensiones. Fracasa en casi todos los defectos comunes del musical, que ya parecían superados con títulos como Moulin Rouge o Chicago.
Quizá la próxima vez, estos genios del marketing deban preguntarse si para encumbrar a una obra como película de culto no será necesario quizá tener en cuenta la opinión que tenemos nosotros, el público.