No hay nada peor que
querer ser gracioso sin serlo. Es lo que le pasa al autor de esta
comedia pretenciosa, Whit Stillman. Se escuda continuamente en
la excentricidad y el disparate contextual como si eso fuera
condición suficiente para convertirse en un Wes Anderson de éxito.
Pretende pervertir el género universitario, pero lo único que
consigue es hacer otra cosa, que ni se nutre de la esencia del género
ni aporta nada mínimamente positivo.
El resultado es un sopor inaguantable
que azota desde los primeros minutos. No importa todo lo que ocurre
porque apenas hay un solo refuerzo emocional que pueda mantenernos
atentos. Todos los personajes dan igual, por más que los remarque
con rótulos animados. Tampoco ayuda que, en general, ninguna de las
actrices protagonistas -y menos de los secundarios- se luzcan
demasiado. Un reparto mediocre a la altura de la película.
Si al menos pudiéramos refugiarnos en
una dirección con personalidad o una estética suficientemente
llamativa como para justificar las excentricidades vacías, sería
algo, pero no. Formalmente también es plana. Chistes pretendidamente
intelectuales sin gracia ninguna. No basta con querer ser diferente,
hace falta también talento.