Paula Ortiz nos presenta tres universos diferentes dentro de las categorías de
primavera, verano y otoño. Cada uno de estos universos tiene sus
propias reglas estéticas y su valor conceptual. La inocencia, la
madurez y la vejez. También lo podemos aplicar a la edad del siglo
XX, en sus épocas más convulsas en España. La directora vuelca
todo su talento para que sintamos cada atmósfera al máximo,
potenciando así la carga psicológica de cada edad a través de la
poesía de sus imágenes. La ambientación del entorno está
íntimamente relacionada con los procesos interiores de sus
protagonistas.
Con
la primavera, nos presenta a una Leticia Dolera delicadísima, frágil, como las flores del invernadero de cristal, o
como el frasco de medicina violeta. Con la inocencia y el
romanticismo puro de su edad. Un ejercicio de imaginería romántica
que recuerda un poco a lo que hizo Jane Campion en Bright
Star, con sus textos de
pluma perfecta y sus bosques verdes (véase un ejemplo gráfico).
Con el verano el
estilo es completamente diferente. Páramos muertos, azotados por el
viento inagotable, como en la última película de Bela Tarr, The
Turin Horse, parece ser un
escenario apocalíptico, donde la vida se mantiene a duras penas. Una
mujer fuerte, responsable, capaz de afrontar los golpes más duros de
la vida. Brillante Maribel
Verdú con momentos
desgarradores. Cárceles sucias y arenosas en las mismas entrañas de
la tierra. Especialmente intenso es el momento de los huevos
derramados.
Y
un otoño melancólico, gris, sin vida, donde los edificios se
derrumban de viejos. Una historia de una vida malgastada. Luisa
Gavasa ejecuta con buen
pulso un personaje oscuro y triste, con una puerta a la esperanza.
Estas vidas están
tan cargadas de detalles que se podría escribir con detenimiento de
cada una de ellas. De la ambientación exquisita y enormemente
precisa, de los logros poéticos y muy sensoriales de cada estilo. Y
también de las bellas transiciones entre ellas, con ese hilo
empapado en sangre. Hilos tejidos desde cada ventana, que se unen en
el infinito como la líneas paralelas, vidas paralelas. La imagen no
puede ser más poderosa.
Parece bastante
evidente la influencia de Las horas, tanto en el argumento (la
vida de 3 mujeres reprimidas en tres tiempos), como en la forma de
ágil montaje paralelo. También en el recargado sonido, aunque aquí
con una banda sonora menos brillante, claro, y con un aparado de
sonido quizá algo justito aunque muy esforzado. En todo caso, una
obra trabajadísima, sin miedo a las pretensiones, y por qué no
decirlo, a cierta pedantería cursi, que explota al máximo sus
limitados recursos. Muy prometedor inicio en el largo de Paula Ortiz,
una directora a seguir.