Crítica de la película The Show Must Go On por Keichi

Producto de su tierra


3/5
06/10/2007

Crítica de The Show Must Go On
por Keichi



Carátula de la película Quien más, quien menos, sabe que el cine de corea del sur es uno de los más apasionantes de todo el que se produce en Asia. En los últimos años, este tipo de producciones han dejado de ser carne de festival para convertirse en films de cabecera de más de un espectador. Por eso, una vez contempladas unas cuantas cintas de personajes con los ojos rasgados, el aficionado astuto conoce de memoria los mecanismos estéticos y temáticas arguméntales por los que se mueven estas películas. En este sentido, The show must go on no es una excepción, haciendo uso de diversos conceptos habituales del cine coreano, aunque también posea ciertas virtudes propias.

Hablar de cine asiático es relacionarlo inmediatamente con historias de familias disfuncionales y películas policíacas o ambientadas en el mundo de la mafia. Esto es precisamente lo que hace la película de Jae-rim Han, uniendo ambas temáticas a través del estudio de un personaje central, el mafioso Kang In-gu. No se trata de una idea demasiado original, aunque es verdad que el director ha cuidado mucho como se entremezclan estas temáticas y estilos de manera que no asistamos a una especie de pegote de géneros sin ninguna lógica, algo que siempre es de agradecer, sobre todo si tenemos en cuenta los puntos débiles de la cinematografía oriental. La temática de la venganza, tan presente en la filmografía coreana y cuyo máximo exponente es la trilogía de Park Chan-wook -en cuya primera entrega también participó el protagonista de esta película- vuelve a mostrársenos desde un enfoque tremendamente asiático. Lo cierto es que, a pesar de que aborda estos géneros de manera muy diferente, más que de tragicomedia, hay que calificar a la película de comedia en su desarrollo inicial y de film dramático en su segundo tramo.

El argumento comienza pues coqueteando con el humor para acabar transformado en un puro drama. No se puede negar que ambas facetas están perfectamente conjuntadas y resueltas. Como ejemplo de la primera, basta citar la escena de la pelea de los mafiosos contra los trabajadores de la construcción, de la que los primeros salen completamente escaldados. Otras escenas algo más dialécticas como la del soborno del profesor -atentos a la naturaleza del pago- son también desternillantes. Toda la parte final abandona pues ese humor tan ingenuo como satírico para centrarse en temas mucho menos afables que orbitan en torno a las relaciones familiares del protagonista. Lo cierto es que, sacándole punta al asunto, The show must go on también se puede contemplar como un film de acción. La maestría con la que se resuelven las escenas de persecución y pelea demuestran la versatibilidad de Jae-rim Han.

La película se sostiene sola sobre el personaje de In-gu. La excelente interpretación por parte del actor Song Kang-ho (The Host) nos deja bien claro por qué es uno de los más afamados intérpretes de su país. Es un placer comprobar como dota de vida a ese mafioso casi infantil, ingenuo y atormentado por no poder acercarse a su familia. La reacción del padre al leer el diario de su hija es todo un poema. Y solamente es una de las muchas escenas en las que el actor se luce. A lo largo de todo el metraje nos ofrece un autentico recital interpretativo, como ya hiciera en muchas de sus otras películas. El resto de intérpretes, Dal-su Oh, Je-mun Yun y Ji-yeong Park, tan irreconocibles como exóticos a nuestros ojos, hacen un buen papel, sobre todo los miembros de esa mafia caricaturizada pero que cuando se pone seria resulta terrible y que encuentra su contraparte en esa otra familia, la del protagonista. Un especial recuerdo para la relación de amistad que In-gu mantiene con su amigo y rival en los negocios, Hyun-su, buena prueba de la personalidad del primero.

En cuanto al montaje y la fotografía, decir lo de siempre. La maestría de los coreanos al respecto roza ya límites inalcanzables. Lo exquisito del tratamiento que dan a la imagen como fuerza motora de la historia -aunque en este caso ceda ante el poderío de su protagonista- es un ejemplo a seguir para todos los realizadores del mundo. Hay que mencionar también a la compositora Yoko Kanno, una mujer que los seguidores del anime japonés conocen sobradamente. La verdad es que el trabajo que realiza para The show must go on puede ser considerado una obra menor, aunque bien es cierto que la ambientación limita considerablemente los recursos que puede utilizar. No es lo mismo ingeniar una serie de composiciones musicales para una particular space opera que para una película de este tipo. La japonesa recurre pues a sonidos secos de guitarra con algún toque de piano, aunque quizás el tema más llamativo sea la pegadiza polka que abre y cierra el film. En cualquier caso, prueba la versatibilidad de Kanno, mujer que se ha atrevido a experimentar con innumerables estilos.

Evidentemente, no todo es perfecto en The show must go on. A pesar de que los citados cambios de registro están perfectamente introducidos, el final de la película está demasiado alargado. Es entonces, después de derivar de la comedia al drama y a la acción, cuando se desvela la terrible naturaleza dramática de un personaje hasta ahora redimido. Su decisión final le honra y permite recuperar el amor de los suyos, pero uno no puede evitar pensar que tanto desarrollo postrero solo puede significar un atropello por parte del guión a la hora de escenificar todos estos hechos. No obstante, hay que tener en cuenta que se trata de la segunda película de su director, un autor que a partir de ahora habrá que seguir con atención. Hablando claro, The show must go on no aporta nada nuevo al género, pero no por ello deja de ser una buena película.




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