Evita es uno de los grandes símbolos de Latinoamérica, y como tal, tiene una importancia casi mística que muchas veces puede forzar un acercamiento algo encorsetado. De alguna manera, Pablo Agüero consigue romper con todo eso. No vulgariza la imagen de Evita, ni mucho menos, de hecho, reflexiona sobre su condición de símbolo; pero sí se atreve a ahondar en los más oscuros hechos que rodearon su muerte, de una forma casi blasfema. No solo habla de la Evita inmortal, que también, sino que se centra mucho en las cuestiones más mundanas de su cadáver. Toda la historia del embalsamador, con un estupendo Imanol Arias, ahonda en las particularidades menos divinas del cuerpo, con una ruptura ante esa imagen temerosa que puede existir. Por otra parte, se remarca esta importancia del cuerpo, del gesto del cadáver, de la figura física como soporte del símbolo.
Esta ambigüedad entre símbolo místico y cadáver aumenta en el capítulo del transportador, con el siempre histriónico Denis Lavant. Una parte igual de oscura, morbosa, desagradable, con tonos de una pesadilla expresionista. Escuchamos que el cadáver ha sido mancillado, y la preocupación es la de conseguir ropa femenina. En todo este episodio macabro, con una pelea muy bien rodada incluida, llegamos a ver una imagen casi religiosa, como la de una virgen, con el ataúd abierto. El símbolo de Evita encierra esa ambigüedad, la figura de la santa mártir necesita de toda esa sordidez, y cualquier otro recuerdo es incompleto.
Evita impregna toda la película. Tanto es así que el director ha utilizado samples de sus discursos ralentizados exageradamente para fingir el sonido del viento. La composición sonora es muy compleja y sabe mezclar golpes y sonidos regulares con la música. La utilización de samples de discursos es habitual en música, especialmente con oradores latinos, y precisamente uno de los que escuchamos en la película, en el que se refiere al “capitalismo foráneo” repetidas veces, es sampleado por el grupo argentino de tango electrónico Gotan Project en un tema. Aquí, además del uso distorsionado inapreciable, se usa varias veces combinando sus textos con otras imágenes.
Hay un cuidado visual artificioso, barroco -en algunos momentos me recuerda al primer Lars von Trier, salvando las distancias. Está rodado en largos planos secuencia que no resultan rígidos o virtuosos, sino simplemente es una ejecución teatral, que crean un ambiente concentrado en un lugar y permite crecer a los personajes. La película descansa, en gran parte sobre los diálogos, sobre todo hacia el final. También utiliza mucho la voz en off, con cierto toque estético que recuerda a Sin City -a veces apoyado por el blanco y negro o colores apagados, y por lo siniestro de los personajes. El plano que abre la película es tan bello como espeluznante, con un Gael García Bernal que sale poco pero que llena la pantalla.
La reflexión política salpica nuestros días, especialmente con el discurso del dictador, en que se refiere a las ventajas de su mandato, como la de entrar en el FMI. El neoliberalismo, y los movimientos contrarios actuales, están claramente representados, y la situación de hoy se muestra como un efecto de entonces. Una de las frases más interesantes y más vigentes sale de su boca: “no son ideas, son técnicas”.
Una obra visualmente interesante y que con un desarrollo atípico trata muchos temas acerca del pueblo, la política, las figuras, las mentiras.