Al igual que en su anterior trabajo,
Anticristo, Lars von Trier comienza aquí con unas
escenas manieristas hasta el extremo, muy bellas. Dotadas todas ellas
de gran carga emocional y también de contenido, por ejemplo, vemos
como las sombras de los árboles están duplicadas, así como la del
reloj de sol, como anticipo al nuevo astro. Juega con elementos
simbólicos propios del surrealismo para describir en pocos minutos
lo que será la película. Impresionante las botas hunidas en el
campo de golf.
Después da un giro brusco hacia un
terreno más conocido por él, la clásica boda turbulenta al estilo
de Celebración. Poco a poco nos vamos adentrando en esa
sonrisa rota de una magnífica Kirsten Dunst, a través de los
habituales excesos narrativos del director. El film de va sumiendo
cada vez más en una desesperanza y una profunda depresión, ya antes
de que los personajes conozcan la apocalíptica noticia.
Como brutal amplificación de los
sentimientos de la protagonista, asistimos a una hecatombe de
dimensiones bíblicas. La hermana, una también interesante Charlotte
Gainsbourg, representa una actitud ante la vida más
constructiva, racional, equilibrada. Es quien ha preparado ese gran
ritual - la boda- que pronto se torna en un conjunto de protocolos
absolutamente triviales. Su mundo también se derrumba cunado es
traicionada por los cálculos científicos, por el control. En cierto
modo, plantea que la cordura está más cerca de Justin, que siempre
ha visto la cara terrible de la vida, que de la equilibrada hermana,
que se engaña con una falsa sensación de control y seguridad.
Definitivamente, una obra enormemente pesimista que desborda todo el
dolor interior de un von Trier que no se encontraba en su mejor
momento. Una desgarradora muestra de la superficialidad de la mayoría
de los actos que consideramos importantes.
Grandes interpretaciones, imágenes
bellísimas y un angustiante salto al vacío de la desesperanza.