Crítica de la película Katalin Varga por Hypnos

Lo que más destaca de este film, a mi juicio, es el impecable ejercicio de mimetismo realizado por su director, Peter Strickland, que, tal y como comenté en mi precrítica, con el dinero de una herencia se fue a rodar a Rumanía, país que no conocía, con diálogos en húngaro, idioma que no conoce.

Este film rezuma escuela de europa oriental por sus cuatro costados. Strickland no se queda en una fotografía y ambientación de piloto automático sino que supera la visión de un extranjero y es capaz de zambullirse él, y con él nosotros, en mitad de Transilvania, de sus sonidos, de sus costumbres, de su paisaje, para contarnos una historia cruel, con un tempo lento, lentísimo en ocasiones, y no parar de experimentar.

La historia de Katalin Varga, magníficamente interpretada por Hilda Peter, que también protagoniza Berberian Sound Studio, segunda película del director, bebe de las fuentes de Dostoyevski para quedar contada en un estilo heredado, a su vez, de Bela Tarr (no se equivoque el personal, ya que los planos desde la nuca que popularizara Gus Van Sant, fueron marca de la casa del genio húngaro) o de Andrei Tarkovski, evitando que el mismo tenga la apariencia de impostado.

Con mucho, la escena en la que Katalin confiesa su pasado en el bote de remos, ante su violador y la mujer de éste, diez años después, es lo mejor del film, consigue impregnar la historia que está contando de un lirismo sobrecogedor.

Bien es cierto que el film, sobre todo, en los momentos más violentos, peca de falta de originalidad para aforntarlos o llega a soluciones más convencionales como la del suicidio de Etelka, pero el abrupto final con esa idea de que la violencia se transmite, como ya lo explicara, entre otros muchos, tan magníficamente David Cronenberg en Una historia de violencia, me atrapa.