La cueva de Chauvet esconde unas
pinturas rupestres excepcionales. Repito: las esconde. No están
abiertas al público y, aunque parece que van a construir una réplica
(como en Altamira), de momento sólo los profesionales tienen acceso
a ella. Esto ya de por sí justifica de sobra el visionado de este
documental, que es la mejor manera de descubrir el interior de la
cueva y sus tesoros de valor arqueológico y artístico. Como función puramente divulgativa, la película cumple de
sobra: es didáctica, es minuciosa y consigue recrear con acierto la
experiencia de hurgar en el interior de esta cueva olvidada.
Está claro que eso no es suficiente
para un cineasta tan ambicioso como es Werner Herzog.
Con sus recursos habituales: un talentoso montaje visual y un cuidado
repertorio musical casi místico, el director consigue una delicia
estética que hipnotiza al espectador. Muchas veces por encima del
interés puramente funcional -prueba de ello es la última secuencia
con los caimanes que se mire por donde se mire, no tiene más que una
exótica función ornamental. Herzog aspira con su pequeño
documental a aportar nuevamente una pieza artística que finalmente
es un reflejo - como se comenta explícitamente - del espíritu
primitivo del arte rupestre. El ritual de contemplar la belleza y la
evocación de las pinturas se traslada a un espectador que observa
embobado el espectáculo, como lo harían nuestros antepasados allí
en la oscuridad de su particular sala de cine. Esas pinturas son, en
palabras del director, protocine. Este no es simplemente un
documental sobre arqueología, es una reflexión sobre el arte y
sobre el espíritu humano, aunque a veces se pase algo de vueltas.
No me
interesa demasiado el uso del 3D, que en teoría debería hacer más
realista la experiencia de la "visita", pero que en mi opinión
es una distracción y supone una definición de imagen inferior.
Algún plano de gran profundidad con mucha perspectiva y otros con varios espacios
diferenciados pueden resultar interesantes, pero nada que compense
los contras. El único aspecto positivo lo encuentro en el abismo que
crea entre los habitantes de la cueva en su búsqueda del efecto con
sus primitivos fuegos y nosotros, con nuestras ostentosas gafas
tecnológicas.