El cine de terror y la caspa están estrechamente relacionados. Basta mencionar a gente como Lloyd Kaufmann, Frank Henelotter, Hideshi Hino o Sam Raimi para darse cuenta de que calidad y -sobre todo- diversión no están reñidas con un presupuesto ajustado. Desgraciadamente, son casos aislados. Dejando a un lado las buenas intenciones, la inmensa mayoría de películas de serie Z son infumables. Curiosamente, en nuestro país existe una horda de gente dedicada en cuerpo y alma al género, directores como Pedro Temboury, Julián Lara o el peor Jesús Franco. A veces uno no se sabe dónde termina la persona y empieza el personaje...
Adrián Cardona ha dirigido y producido innumerables cortos, videos musicales y algún que otro largometraje. Todos ellos mantienen una línea común de gore, monstruos y artes marciales, pudiendo calificarse amablemente de amateurs. Con estos precedentes ya podemos hacernos una idea de lo que ofrece su última película. El principal interés el film es ver lo bien que se lo han pasado rodándola. Aunque La raíz del mal se ha colado inexplicablemente en las carteleras de Sitges y San Sebastián, es casi imposible que llegue a verse en grandes salas. Eso si, después del estreno de La furia de McKenzie ya nada me sorprendería...
En resumidas cuentas, la película es inenarrable: Los actores aficionados sobreactúan -por decir algo- en todo momento, los efectos especiales son de cartón piedra y la sangre salpica al espectador constantemente. Por destacar algo, en algún momento se recurre a planos animados fijos en forma de flashback, un buen recurso que además es lo mejor de toda la producción. Los amantes de lo cutre podrán deleitarse con unas escenas de acción que no tienen precio, la música dura, los inevitables desnudos e incluso un clásico de este tipo de cintas como es el engendro fálico. Del argumento -una indescriptible leyenda negra ubicada en una Ibiza medieval- mejor ni hablar. Eso si, se agradece que esté mismamente desarrollado antes de que de comienzo el festival de casquería.
Poco más se puede decir de una película que no ha nacido para someterse a ninguna clase de crítica cinematográfica. En el fondo no se puede negar que la cosa tiene su gracia, necesariamente con unas cuantas copas de por medio. Al fin y al cabo, alguien tiene que dedicarse a hacer cine cutre para los incondicionales del género con una cámara casera, sangre y muchos monstruos. Habrá quienes consideren que este tipo de juegos sobran completamente y no aportan absolutamente nada, pero se olvidan de que a veces los creativos no buscan otra cosa que divertirse. Quizás en unos años se atrevan con algo más serio. ¿Y por qué no?