Crítica de la película Bicicleta, cuchara, manzana por Olmo

Si leisteis mi precrítica, hacía hincapié en la idea de qué estilo debía utilizar Carlos Bosch al afrontar este proyecto y estos eran la objetividad, el análisis clínico y el romanticismo. Bueno, estos tres conceptos se ve que los ha mimado mucho porque los ha puesto en práctica. El documental no abusa del morbo, no es grosero, no es egoísta con la familia ni con Maragall y está lleno de espacio para que estos se expresen libremente. Además, deslocaliza el documental viajando a otros países y conociendo otros casos e incluye discursos de profesionales de los centros médicos respectivos. Y encima, cada cuarto de hora intervienen los científicos haciendo un análisis más clínico de la enfermedad, sus consecuencias en la raza humana y los proyectos de un futuro esperanzador. Maragall es la vía, hace de puente para hablar al fin y al cabo del azlheimer, porque este es un documental que habla sobre el azlheimer y también de Maragall.

Bosch no ha tirado de archivo y ha ido directo al grano pero con mucho tacto. El documental es cordial, es amable, muy dialogante y tierno. No pretende tapar ni descubrir nada nuevo. Simplemente tira de la cuerda. Se nota hasta qué punto estira el político, que considero es mucho. Me hubiera parecido un despropósito haber rodado un documental en un estado de deterioro notable por parte de Maragall y considero que desglosa muy bien las etapas que ha ido viviendo la familia y el enfermo aún siendo la primera fase, igual de horrible.

Por fin un trabajo transparente, profesional y dispuesto a crear conciencia y desmitificar esta dichosa enfermedad. Aprovechando la imagen pública de un político Bosch ha ido creando conciencia desde lo individual hacia lo colectivo, sin enfermos de primera ni de segunda, con un proyecto común, un futuro esperanzador. Y como decía Pasqual Maragall: Aunque nosotros no lo veamos, ¡venceremos a esta enfermedad!