En líneas generales se puede decir que esta película tiene todas las cosas buenas y malas de
un thriller de los 90. El problema fundamental que esto plantea es que las cosas buenas que este cine tenía en los 90, vistas desde la perspectiva actual, se diluyen en las biscosas aguas de lo repetido y obsoleto.
El inicio del film es absolutamente sonrojante. En esos primeros minutos temí por un tratamiento del personaje de Catherine Trammell absolutamente autoparódico: conduciendo un coche a toda pastilla y siendo masturbada. No podía empezar la película de forma más patética.
Sin embargo, cuando la película decide recuperar su esencia y suenan ya los primeros acordes de la banda sonora original de "Instinto básico", ésta se recupera.
A decir verdad, esta película no es más que el calco del esquema de la primera parte, pero cambiando un policía de homicidios por un psiquiatra. La siguiente media hora se sigue con interés. Vemos a la verdadera Trammell, que quizá en esta ocasión está sobreinterpretada por Sharon Stone en muchos momentos, vemos la relación con el psiquiatra, y, en esencia, se ponen en juego los instintos básicos.
Claro está que no nos encontramos más que con escenas de psicología de salón que tan bien funcionaban en los thrillers de los 90: "Instinto básico" o "Análisis final" entre otras. De ahí que para muchos la película incluso en esos momentos sea insufrible, pero a mí, la verdad, es que me ha gustado, sobre todo, cuando el psiquiatra decide apaciguar su calentón con una colega, pensando en Trammell, de la misma manera que Nick Currant, interpretado por Michael Douglas en la primera parte lo hace con su psiquiatra, interpretado por Jeanne Triplehorn. Ésa es la esencia del fascinante personaje de Trammell.
Y no tanto el juego policíaco de los asesinatos. Una vez más nos despliegan rápido sobre el tablero un par de sospechosos y varias víctimas ideales: el policía corrupto, la ex, el novio de la ex, el pasado que se nos va mostrando como un comodín en la manga, cuando les interesa y siempre para dar una vuelta más de tuerca. Y la verdad es que esa parte no me ha interesado nunca, entre otras cosas porque el final se ve venir, y uno tiene la sensación de que el partido está ya ganado con 3-0. Lástima que Caton-Jones se haya mostrado tan falto de ganas a lo largo del film, porque la escena cumbre en teoría: el encuentro sexual entre el protagonista y Trammell, no ha podido ser más decepcionante. En nigún caso se puede comparar al arrollador encuentro sexual que en la primera mantienen Douglas y Stone.
Y, para terminar, dos notas. La primera es que ha sido realmente patético que le hayan puesto a David Morrisey la voz del doblador de Michael Douglas, ¿Qué pretendían? En segundo lugar, nótese que en ningún momento hago mención al epílogo en el psiquiátrico: sonrojante a más no poder. Sin comentarios.
En definitiva: lo que se veía venir.
Catherine Trammell, requiescat in PACE.