Crítica de la película It follows por Iñaki Ortiz

Puedes correr pero no esconderte


5/5
27/10/2014

Crítica de It follows
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película Hay muchos peligros y temores en el mundo, pero quizá, el peor de todos, está relacionado con lo inevitable. La "cosa" que sigue a nuestra protagonista no es rápida, de hecho, es fácil de burlar, pero tiene una característica mucho más terrible: no va a parar hasta encontrarla, es inalterable, camina implacable hacia ella y llegará más tarde o más temprano, no sabemos cuando, pero llegará. Esto no es algo ajeno para nosotros, es la realidad de todos: la muerte llegará algún día, quizá no hoy ni mañana, pero podemos imaginarla caminando hacia nosotros y por mucho que podamos burlarla, terminará llegando. Pero esa cosa que persigue, no lleva una guadaña ni viste de negro. Se encarna en personajes marginales, desconectados de la sociedad, por su desnudez, por su aspecto enfermo. Quizá lo más terrible es la ausencia de vida en su mirada, de alma, de emociones humanas.

La representación de la muerte como una presencia física y mucho más directa, aumenta la angustia al máximo, convirtiendo de inmediato la película en una pesadilla. La solución temporal es buscar el amparo en el sexo. La supervivencia y el sexo, la película se apoya en dos de las pulsiones más importantes del ser humano. Esto es lo que hace que, más allá de su planteamiento fantástico, podamos percibir su horror como nuestro, en algún lugar recóndito de nuestra mente, en nuestras directrices más básicas. La propuesta es lo suficientemente abierta como para hacer muchas lecturas. El aspecto de los perseguidores, alejados de la sociedad, unido a la solución sexual, nos pueden llevar a pensar en la necesidad de ser aceptados por una pareja. Por otra parte, vemos las diferentes experiencias sexuales con distintos resultados. La primera tiene la escenografía de sexo consentido que termina en violación, con el consiguiente trauma; también hay sexo deseado que termina en un olvido que no lleva a ninguna parte; y por último, el sexo que deriva en un compañero fiel para esperar la muerte con el apoyo mutuo. La escena de la introducción sugiere los abusos domésticos de forma simbólica.

Acompañando a esta riqueza de representación y lecturas, tenemos una realización exquisita, en todos los sentidos. El mayor indicio de que una dirección de una película de terror es muy buena, aparece cuando el director consigue que dé miedo lo inofensivo. Recuerdo, por ejemplo, la excelente El incidente, en la que Shyamalan conseguía que la brisa sobre la hierba fuera terrorífica. Aquí tenemos planos aparentemente triviales, que sin embrago implican una gran inquietud. La pareja comiendo y la mirada del espectador guiada hacia la ventana, hacia la oscuridad borrosa, donde puede estar eso, esa extraña criatura. Cada persona que vemos al fondo, a veces sin mención explícita, es una invitación al suspense, en momentos en los que, en realidad, no pasa nada.

El director, David Robert Mitchell, tiene varias ideas brillantes. La introducción es sobrecogedora, con ese traveling circular sencillo y con ese desarrollo desoncertante. Termina en una playa, recortada sobre la oscuridad, con las luces de los faros. Después, dos planos realmente inquietantes: el juego de luces del coche, iluminando en blanco por delante y creando un universo rojo en la certeza de que el mal se encuentra detrás; y una demostración tajante de lo que nos espera, con el resultado final, sin sutilezas. El resto de la película está lleno de aciertos de planificación. La escalofriante secuencia de la silla de ruedas en la noche más peligrosa. Cada aparición de los perseguidores, que por su actitud o por su aspecto, son fácilmente identificables como algo ajeno a lo racional. La escena del clímax en la piscina, nos rebela que el mal no solo es imparable, sino que también es difícil de engañar, aunando la angustia propia de la película con una desprotección absoluta en el agua sin tiempo a levantar la cabeza. La muerte, una vez más muy presente, y con una representación casi caricaturesca, de los electrodomésticos y el agua: la muerte doméstica, dispuesta a aparecer en casa cuando uno no la espera.

Si el mal es implacable en esta película, la banda sonora no se queda atrás. Rich Vreeland le saca chispas a una música de sintetizador que recuerda a Carpenter, pero sobre todo, a la agobiante percusión de El ente, una asfixiante obra de terror con la que también tiene algunos puntos en común en su premisa. El suspense tan explícito y demoledor de sus golpes sintéticos hace juego con la evidente aparición de los perseguidores. Apenas hay sustos inesperados, simplemente vienen, se les ve desde lejos, pero sabes que tarde o temprano van a llegar. Y la certeza es mucho peor que la sorpresa.

En esta segunda película, David Robert Mitchell ha dado un golpe en la mesa, situándose como uno de los directores de terror que debemos seguir muy de cerca. Si no pierde su determinación y su buena imaginación, aquí hay un cineasta con un gran potencial.



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