Hay películas que tienen su mayor baza
en su intención, que son puros artefactos. Sin comprobar aún la
calidad de Spring Breakers, salta a la vista cual es su
transgresión en el simple planteamiento. Quizá primero haya que
hablar de su autor, Harmony Korine, quien ha participado en
una serie de películas muy particulares, a veces como director, a
veces como guionista. Digo particulares para decir sórdidas,
patéticas, retratos de lo más bajo de la sociedad. Véase Gummo. Sí, ese es
Korine, y ahora ha reclutado a un grupo de jovencitas del Disney
Channel, capitaneadas por la reina del canal -una vez que Miley Cirus
se hizo mayor- Selena Gómez. De hacer series de niñas pijas
y telefilms Disney sobre princesas, cenicientas y pobres ricas, han
pasado a caer en las manos de uno de los cineastas más sórdidos y
asquerosetes del momento. ¿Qué se puede decir ante este
planteamiento? Me postro.
Así que a lucir bikini, a calentar al
personal de la manera más burda posible y con un líder al margen de
las convenciones sociales, entre fumeta y proxeneta. Sí, hablo del
genial James Franco, el James Dean actual -solo que este sabe
actuar. Corremos un riesgo importante: para
pervertir a estas princesitas de cuento -hablo a un nivel externo a
la película, la propia trama es lo de menos- se hace necesario una
obra del nivel sexy rastrero de Jersey Shore. Lo malo es bueno, y
cuando lo malo es bueno, es fácil que termine siendo malo.
En cualquier caso, un éxito de crítica
en su paso por el festival de Venecia, y ojo al dato, es la película
más taquillera en Francia. Habrá que saber mirar más allá de la
propia película y ver la ironía del artefacto que nos ha preparado
Korine, una bomba de mierda en medio de una urbanización de clase
alta. Una obra incendiaria, que muestre una realidad cada vez más
palpable: la corta distancia entre los chicos Disney tan
políticamente correctos con sus anillos de castidad, y las putillas
más sexys y desinhibidas.