Se la puede acusar de artificial, de tratar sólo de personajes un tanto desquiciados. Se la puede acusar de buscar demasiadas sorpresas en la trama: un hijo que se muere, unos amigos que se drogan, que terminan besándose, una vecina que... Qué de cosas. Aunque desde luego, si aceptas que se sucedan tantas situaciones no puedes negar que sea una película entretenida.
Pero la acusación que no se puede hacer y que yo esgrimía en la precrítica es la de su posible frialdad, la de no tener pasión. Cínica sí, pero fría en absoluto. Para ello no hay más que observar la escena del joven con su padre hacia el final de la película, con la verdad en medio de los dos hasta que el padre la aplasta abrazando sin tregua al chico.
Y en relación con esto comentar lo impecable que está Jeff Daniels, un actor que cada día se va volviendo más interesante. Sigourney Weaver está un poco como siempre, con su presencia y su rostro duro, en un papel que nos suena, pero que a pesar del cierto encasillamiento que puede sufrir sigue siendo muy interesante. Emile Hirsch (el chaval), que parece el hermano pequeño de Jack Black, no está nada mal, habrá que seguirle la pista. Y en general todo el reparto cumple con creces
Un buen retrato, donde sus personajes son de verdad, por muy extraños que puedan parecernos, no así como ocurría en la reciente “Thumbsucker”, que también trataba el tema de las pastillas pero mucho peor. Uno los entiende, desde su lejanía. Vas viendo sus motivaciones, sus trastornos. Una película que se desenvuelve muy bien, con calma, con precisión y sí, con pasión. Muy contento con el resultado.