Aunque se pueda hablar de producción europea, Pandora´s Box mantiene en todo momento un innegable carácter propio. A pesar de sus notables defectos, la película de la directora turca Yesim Ustaoglu muestra muy buenas formas. En cualquier caso, no es en absoluto un trabajo fácil. De hecho, la discutible ganadora de la 56 edición del Festival de cine de San Sebastián es un film cuyo desarrollo abierto y plagado de matices requiere más de un visionado para poder apreciarse en toda su amplitud.
Una llamada de teléfono pone sobre aviso a los miembros de una familia. Su madre ha desaparecido de casa y no la encuentran por ningún sitio. Los tres hermanos parten a toda prisa hacia el alejado pueblo donde habían dejado olvidada a la anciana. Esta primera parte de la película es lenta y accidentada, como el viaje en coche por esas carreteras rurales de Turquía, pero cumple su función de introducir a los personajes que más tarde desarrollará. Aprovecha también para dar a conocer algunos secretos familiares que luego no resuelve, pero sobre todo dibuja el contorno de un núcleo familiar disgregado. Desde un primer momento vemos que, aunque hay cariño, sus relaciones no son del todo cordiales.
Los hermanos no tardan en dar con el paradero de su madre, pero se encuentran a una persona mentalmente inestable. Deciden entonces llevarla con ellos de vuelta a Estambul. Evidentemente, surge la duda de quién se hará cargo de la mujer. Cada protagonista arrastra sus propios problemas. La hermana mayor trata de mantener bajo control su deteriorado matrimonio y a su hijo, que ha huido de casa. El mediano es un inadaptado social que pasa todo el día en casa sin hacer nada. La pequeña intenta compaginar su ajetreada vida laboral con una relación amorosa sin futuro. A todos les resulta complicado introducir en su rutina a una anciana enferma que solo añade otra preocupación más a sus obligaciones.
Completamente desorientada, la señora va pasando de mano en mano, pero cuando recobra la conciencia de la situación es precisamente ella quien pone los puntos sobre las ies a sus hijos. Al fin y al cabo, todos ellos están igual de perdidos en sus vidas. Solamente hay una persona que parezca preocuparse por su felicidad. A pesar de no haberla visto antes, su nieto asume desde un primer momento una actitud de protección que alcanza cotas de identidad. La relación entre los dos es muy entrañable y nos deja escenas maravillosas como ese paseo de bancos, bocadillos y silencios compartidos. A pesar de su lentitud, la recreación lírica de algunos de los planos de la película es innegablemente hermosa. Destacan esos paisajes sobre el Bósforo, una Estambul brumosa, inhóspita y azulada a la que acompaña en todo momento una inspirada banda sonora de Jean-Pierre Mas.
Tsilla Chelton es la estrella absoluta del film. La emblemática intérprete francesa firma una actuación premiada con la concha de plata a la mejor actriz en el certamen donostiarra. ¡Que gran papel! Sus gestos y mirada nerviosos, esos andares desorientados que dejan paso a momentos de sorprendente lucidez... El suyo es un trabajo apabullante ante el que hay que quitarse el sombrero. Muy por detrás están el resto de miembros de la familia, unos poco conocidos pero más que correctos Derya Alabora, Övül Avkiran y Onur Ünsal.
La película continua avanzando hacia un punto de no retorno en el que nieto y abuela regresan al lugar de partida. Ante la imposibilidad de que sus hijos se hagan cargo de ella, la misma anciana decide emprender un exilio simbólico hacia su propio final, bajo la mirada resignada de su nieto. El plano final de la montaña, con esa nada disimulada referencia a La balada de Narayama de Imamura, resulta sobrecogedor. Cierre perfecto para una película que, lejos de ser redonda, ofrece un retrato certero y dramático de un problema de nuestros días.